Volumen recomendado: Potente, pero no atronador, ya que debe haber un hueco para el reposo en la percepción de esta obra magna.

Momento propicio: Cuando esté uno preparado para la densidad.


Por más que nos saturen de información no deseada y loas a la ingenuidad y al pragmatismo, entre los pliegues neuronales de nuestras meninges se encuentra el resorte que velará la fina película de embustes alzados por los reyes del EBITDA como barrera tras la cual se ocultan las cuestiones realmente relevantes, sean místicas o sean terrenas. De un lado de la barrera se encuentran los productos musicales de temporada; del otro, majestuosos ejercicios filosófico-teóricos con acompañamiento de guitarra como este “Aenima”, que fuera saludado en 1996 por los oyentes con más apego al grunge y a aquello que se llamó nuevo metal, y luego hibernado y desempolvado cada vez que a los Tool, o a su compañía discográfica, les viene en gana maravillarnos con un nuevo monumento conceptual. Aunque su último disco hasta la fecha, el llamado “Lateralus”, es superior a este “Aenima”, ya que en cierto modo se puede decir que lo culmina (tal es al menos la modesta opinión de este amanuense, aun cuando viene al caso apuntar que ni siquiera en El Engendro hay consenso sobre cuál de los dos álbumes es mejor) fue con este “Aenima” que los Tool, otrora un grupo de grunge formado en Los Ángeles en el mismo entorno, quién lo diría, que los Rage Against The Machine, se distanciaron para siempre jamás de la chata realidad del cancionero intimista de la América profunda (ya lo habían hecho, aunque con el concepto menos desarrollado, en su disco anterior, “Undertow”, de 1993) y empezaron a plantear mediante su música enigmas metafísicos muy por encima de la comprensión del espectador de multicines típico.

Aunque este transmisor de verborrea ha de confesar que a veces se pierde en la superposición de elipsoides místicos dispuestos por Maynard James Keenan y sus compinches (el que la cultura europea esté más relacionada con la filosofía mientras que la americana tiene que ver sobre todo con la religión distancia al oyente racionalista de la comprensión de ciertas derivas mitológicas) , merece la pena intentar descifrar qué se cuece tras los múltiples significados de los textos de “Aenima”, revestidos de una música de ardua composición y estructura casi tan intrincada como dichos textos. El rock ha conocido pocos ejecutores tan precisos como los Tool, que apartándose de la senda de Pearl Jam y siguiendo la de King Crimson empiezan a convertir sus desarrollos instrumentales en una cuestión algebraica (algo de ecuaciones diferenciales hay también por ahí), aunque la matemática aún no es tan abstrusa como la de “Lateralus”, disco que bien parece la conjetura de Poincaré o el último teorema de Fermat. Sin embargo, no hacen Tool alarde de su perfección instrumental y organizativa, pues  en “Aenima” hay intenciones más importantes que el exhibicionismo; la extraordinaria habilidad técnica del batería Danny Carey, por ejemplo, es captada el oyente en segundo plano, preterida por el aluvión de reflexiones y perspectivas sobre asuntos tan dispares como las teorías de Carl Jung y la falacia de los liderazgos. Aunque el disco tiene también muestras de testosterona forzadas por la posición de Tool en el mercado musical estadounidense (“Hooker With A Penis”) y la dosis de humor preceptiva en quien hizo correr el rumor de que su música estaba basada en la lacrimología, supuesta ciencia de la curación mediante las lágrimas (no tiene desperdicio a esos efectos el catálogo de álbumes falsos de Tool que se ofrece en el libreto del CD), el propósito principal de “Aenima” es el de darle aceleración inicial a las generalmente estancadas ruedas de la noria del pensamiento y que cada uno llegue a donde tenga que llegar a lomos de su propia filosofía. No es pequeño objetivo; no es pequeño logro el de Tool al conseguirlo.

 


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