BUTTHOLE SURFERS: LOCUST ABORTION TECHNICIAN
Volumen
recomendado: El único modo de captarlo en su totalidad es como susurro de
fondo.
Momento
propicio: Solo, a las 20.00 horas de una tarde soleada de finales de mayo,
mirando desde una ventana cualquier inexpresiva calle de extrarradio con
viviendas unifamiliares a ambos lados.
Huyendo
despavoridos del peligro asociado por naturaleza al tipo de sociedad que habían
creado, cuyas reglas de convivencia se basaban, como es conocido, en la sencilla
normativa moral del Salvaje Oeste, los norteamericanos (y canadienses, y
australianos) blancos abandonaron en los 50 las ciudades llevándose consigo sus
armas de fuego, para acto seguido ocupar inmensas hileras de enormes casas con
piscina, que si no fuera por los telefilmes de las tres de la tarde nos resultarían
tremendamente extrañas; como era el miedo la emoción que les poseía, y también
para ahorrar costes, los constructores de estas hileras de casas no se
preocuparon de construir entre ellas el más mísero espacio público, fuera éste
una simple tienda de ultramarinos o un parque donde jugaran los niños, de modo
que hasta para comprar el pan tenían los moradores de estas zonas que usar el
automóvil, habiendo gran regocijo en los agresivos rascacielos que albergaban
las sedes de las industrias automovilística y petrolera. Sólo tras la llegada
de una innovación alabada como ninguna en los Estados Unidos, la cámara de
vigilancia, se desarrolló el concepto de punto de reunión correspondiente a
esos informes enjambres de chalés que les habían salido en la coronilla a las
urbes yanquis en un ejemplo sin igual de locura urbanística y delirio
antihumano. Hablamos, claro está, del centro comercial.
Al
deslavazado conjunto de todo lo anterior se le ha llamado en inglés suburb,
expresión que en castellano no se traduce por suburbio, sino por extrarradio.
La presencia de humanos en aquel insulso e incierto magma (para una traducción
local aproximada, piénsese en cualquier Carrefour situado en los alrededores de
una capital de provincia) ha servido para comprobar fehacientemente que el
extrarradio es un infalible inductor de la locura, el desasosiego y la neurosis.
Unidos al mundo exterior no por sí mismos sino por el vehículo privado y la
televisión, sus habitantes, solos como colonos selenitas, sufren el rechazo
difuso de una comunidad que no se ayuda pero se controla, que no se mira a los
ojos pero se vigila con cámara.
En
Locust Abortion Technician, considerado uno de los discos más
aterradores jamás grabados, podemos ser testigos de hasta qué punto el
extrarradio estadounidense (sí, el extrarradio estadounidense, porque los
perpetradores de la cosa
son de Austin, Texas, y
el conjunto parece salido de un garaje enclavado a quince kilómetros de
la vía peatonal más cercana pero a menos de quinientos metros del asesino en
serie más próximo) convierte en arenilla hasta el entramado mental más sólido.
La emoción que predomina en el álbum es una pavorosa sensación de oscuridad y
distancia generada probablemente por los medios utilizados para crear esta obra
magna del miedo de apenas treinta y dos minutos de duración: no se oye ni una
sola voz que no haya sido tratada en una mesa de mezclas, las cintas manipuladas
son quizá el instrumento más importante, los acordes de guitarra usados son
tan repetitivos como lóbregos, las letras parecen el grito de la víctima de un
exorcismo encerrado después en un frenopático y atiborrado a ketaminas,
durante cinco minutos o así no parece escucharse más que el sonido de una
lavadora vieja centrifugando en una casa abandonada en medio de la noche... Tan
desconcertante hilazón de sonidos, que incluye hasta una canción tradicional
tailandesa remodelada sin piedad a base de acelerar, ralentizar, cortar, pegar y
repetir fragmentos (y téngase en cuenta que esto fue registrado en 1987, sin
ordenadores que facilitaran el proceso) hasta que los pobres cantores de Siam
acaban diciendo “cunt” (coño, en inglés), culmina en “22 going on 23”,
tema que consiste en la escalofriante confesión de una víctima de abusos
sexuales relatada por teléfono en un programa radiofónico de madrugada (la
asaltada en cuestión relata cómo desde entonces es incapaz de conciliar el sueño
y baja a ver la tele en mitad de la noche para tranquilizarse) aderezada con
obsesivos y tenebrosísimos guitarrazos y rematada con un fondo de mugidos
vacunos que en tan alucinatorio contexto suena sorprendentemente congruente.
Confundidos
por el historial de consumo al por mayor de LSD que exhiben los autores de este
monstruo aural de siete cabezas, muchos podrían pensar que Locust Abortion
Technician es un ejemplo de inmersión en las fosas más profundas e
inexploradas de la imaginación humana. No es cierto, piensa El Engendro; de lo
que estamos hablando es de una inmersión en la realidad inmediata, la que nos
rodea a ti, a mí y a tu primo segundo. Locust Abortion Technician es por
tanto un disco realista. Hiperrealista, eso sí; probablemente demasiado
realista para los que tengan miedo de sí mismos.
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