Volumen recomendado: No ofenderá en principio a los vecinos que lo pongas alto (a menos que sepan inglés y puedan entender las letras).

Momento propicio: A la hora del café o de otras drogas.

 

He aquí un documento sociológico de valor sin igual debido a su inconmensurable potencia destructora de mitos; se trata de una recopilación de canciones de artistas de jazz y blues grandes, medianos y pequeños, todas ellas fechadas en el periodo de entreguerras, cuyo nexo común es girar en torno a las drogas, a todo tipo de drogas, desde el café al caballo, desde la cerveza a la bencedrina. Debemos esta loable iniciativa a un sello discográfico alemán llamado Trikont, cuyos sin duda eruditos especialistas se han dejado la piel buceando en pequeñas tiendas de segunda mano y mercadillos y catalogando discos de pizarra cuyos intérpretes habían sido olvidados ya en los años cincuenta; el resultado es este acta notarial de los orígenes arrastrados y barriobajeros del jazz, hoy tomado casi unánimemente por música propia de cincuentones pedantes y acomodados de probable aparición en cualquier película de Woody Allen.

Pues nanay. A Billie Holliday le faltó poco para prostituirse en las calles (si es que no lo hizo, que de ello a El Engendro no le queda constancia fehaciente) acuciada por el hambre y la necesidad; la siempre radiante y optimista Ella Fitzgerald ejerció de sin techo durante un año entero, y el vocalista de la bucólica "What A Wonderful World" (y, dicho sea de paso, de multitud de temas mejores que aquél pero bastante menos notorios) y arquetipo del hombre afable y sencillo, Louis Armstrong, sufrió una infancia y una adolescencia propias de un poblado chabolista nigeriano. Precisamente tanto Ella Fitzgerald como Louis Armstrong aparecen en este "Drugsongs 1917-1944", ambos glosando diferentes estados de alteración de la conciencia sin perder ella su contagiosa alegría ni él la simpatía que emanaba a raudales. Y qué decir del resto de artistas, que acompañados por fondos musicales hoy sólo conocidos por los bibliotecarios cuentan unas historias que dejarían a los Eskorbuto al nivel de una versión blanda de los Backstreet Boys. Así era el jazz en su origen, arrabalero y sórdido, odiado por la gente de bien del mismo modo que muchos británicos, azuzados por la prensa sensacionalista, odiaban a los punkies en 1977, destino de las mismas miradas de asco y extrañeza hoy día reservadas para quienes insistimos en dejarnos crecer los pelos y las barbas. Es bien conocida la historia de cómo el jazz perdió el fervor de los desheredados que lo inventaron, sepultado por otras modas más horteras, como el soul, o más propensas a seguir la lógica del capitalismo (seguridad en uno mismo y competitividad) como el hip-hop comercial, y acabó siendo acogido por franceses y europeos del Norte con elevado índice de lectura, formándose así el que en la actualidad es el perfil más frecuente de aficionado a este tipo de música (en España, dicho perfil tiene como consecuencia el que el jazz sólo se escuche en emisoras de radio públicas y en conciertos patrocinados por instituciones del estado, especialmente universidades). Pero este final feliz (pues el jazz podía perfectamente haberse perdido como su antepasado el ragtime) no nos debe hacer olvidar su principio como expresión de gentes que vivían con un trapo delante y otro detrás, pasando en las ciudades penurias no muy diferentes de las que soportaban los sufridos músicos de blues en el campo.

Sin embargo, “Drugsongs 1917-1944” nos trae también la memoria de un tiempo aparentemente más inocente y menos prohibicionista que el actual; de una forma un tanto sorprendente dada la severidad de las leyes norteamericanas antinarcóticos y sobre todo del hecho histórico de que dichas leyes han estado siempre dirigidas en contra de determinados grupos étnicos, no da la sensación de que los veinticinco grupos y solistas incluidos en este disco estén refiriéndose a conductas ilegales. Quizá es que no existía entonces conciencia de los riesgos de ciertas sustancias, hoy profusamente documentados; tal vez la durísima vida que llevaban las víctimas de la segregación racial les abocara a buscar alivio en amortiguadores químicos de la realidad, o puede que la temática de las drogas no se abordara entonces con el maniqueísmo y la histeria que hoy padecemos. En todo caso, “Drugsongs 1917-1944” es un álbum que desarma cualquier idea preconcebida tanto sobre el jazz como sobre las drogas, y sólo por eso es un disco que El Engendro recomienda fervorosamente.

 

 

 

 

 

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