LA GUERRA GLOBAL PERMANENTE EXPLICADA A LOS NIÑOS, A LOS ALEMANES, A LOS RUSOS Y A LOS DEMENTES SENILES
Por
Janusz Lowenczyk, profesor titular de Teología Animal de la Universidad de
Cracovia, autor de “¿Por qué un Conejo?” (Cambridge
University Press, 1983). Su conferencia “Dios es un Conejo”, con la
que trató en vano de desmentir su pretendido intento de desconectar los tubos
que mantenían con vida a su acérrimo enemigo Mariusz Kostakowicz, catedrático
de Teología Animal de la Universidad de Varsovia, ha recibido en España una
acogida que oscila entre la indiferencia y el tumulto. Actualmente ejerce como
asesor moral de un proyecto auspiciado por el Gobierno de su país que pretende
desplazar a Polonia de su emplazamiento actual a ras de suelo y situarla en órbita,
de tal manera que pueda siempre mirar al resto de países de la tierra por
encima del hombro (se rumorea que José María Aznar, líder supremo del
Partido, está dispuesto a unir a España al proyecto con la condición de que
los dos países roten siempre en la vertical de Miami, Florida).
“El
progreso requiere empezar desde cero”. Las sabias palabras de San Agustín en
su carta amenazando de muerte al arzobispo arriano de Milán, escrita dos días
después de convertirse al cristianismo y doce años y sesenta y siete días
antes de anunciar que su concepto de la Ciudad de Dios estaba inspirado en las
madrigueras complejas de los conejos (para una exposición más completa de este
tema, véase el libro “¿Por qué un Conejo?”, de Lowenczyk, J., Cambridge
University Press, 1983, págs. 349 a 474), definen con claridad la única posición
que un observador consciente puede adoptar en este conflicto y en todos los
conflictos. El camino que nos enseñó San Agustín es claro y diáfano, pues no
decidió ser arriano los martes, jueves y sábados y católico los lunes, miércoles,
viernes y domingos, sino que abrazó la fe católica con todas sus consecuencias
y declaró con justicia que los arrianos que quedaran vivos eran hombres
muertos. Radical les parecerá a algunos esta rotunda toma de postura, pero no a
los teólogos, que estamos acostumbrados a ser de una sola religión y creer que
es la única verdadera; la teología pone la razón al servicio de la fe,
dejando de ser teología en caso contrario. Nuestra teología, la emperatriz de
las ciencias, que yo tanto amo y Kostakowicz y sus seguidores tanto odian, se
basa en identificar las verdades reveladas y proveerlas de argumentos verbales
que todos los polacos estén preparados para comprender. Ésta es a veces una
tarea fácil; la frase “Polonia es una nación superior al resto de las
naciones de Europa y del Mundo” es intuitivamente avalada por cualquier polaco
que se precie de serlo sin necesidad de mayor controversia (hasta tal punto que,
de iniciarse dicha controversia, pudiera terminar con los premolares del no
polaco que la plantee rodando por el suelo). En otras ocasiones, sin embargo,
los errores de planteamiento del Enemigo no son evidentes en sí mismos, o el
Enemigo (Kostakowicz, en este caso) está tan enajenado que se cree él mismo
sus propias mentiras alterando sus razonamientos para que concuerden con ellas y
negándose siquiera a considerar las toneladas de pruebas recogidas por quienes
tienen razón; en esas circunstancias, el Enemigo dispara, pero nunca da en el
blanco, pues sus argumentos se alejan del centro de la cuestión y de la
simplicidad de planteamiento exigible a todo argumento que se precie de tal en
los albores del siglo XXI, marcados como estamos por la cultura de la imagen
(motivo por el cual yo doy ejemplo acompañando mis conferencias de carteles y
diapositivas que ilustran a las claras que Dios es un Conejo, ya que mis textos
pueden ser para algunos demasiado complejos y por ende plantear dudas; si les
pongo los dibujitos, por el contrario, ya nadie se queja). Otros (Kostakowicz,
una vez más; en Alemania y en Bielorrusia tampoco es infrecuente dicho
comportamiento según la monografía de Küttner, W., “Las mentiras que cuentan los niños alemanes de tres años cuando
quieren dulces y sus padres se los niegan”, Ed. The Lovely and Cosy Iron
Cage, Rotterdam, 1982) usan sin medida ni disimulo del sofisma, el infundio, la
obrepción y el contrahacimiento para orillar el fondo de la cuestión y enredar
al teólogo, eterno poseedor de la Verdad que es Una Sola, en absurdas polémicas
destinadas interesadamente a confundir sobre el significado último de la dialéctica;
en treinta años de investigación y docencia desarrollada además en Cracovia,
no como otros, me he mantenido siempre firme en la posición de que la única
dialéctica digna de tal nombre consiste en preguntarle a los Conejos sobre el
sentido de la vida y el principio de todo mientras se permanece de rodillas
sosteniendo un cirio que no debe medir menos de tres metros de alto. En
cualquier caso, todos aquellos que intentan convencer al teólogo animal de que
busque la Verdad cuando éste ya se encuentra en posesión de Ella
(pues se la ha revelado el Conejo, es decir, el Espíritu Santo) están a
cada momento perdiendo una preciosa oportunidad de callarse la boca para que así
yo pueda dedicar mi preciosa saliva a escupirles en lugar de malgastarla replicándoles;
parafraseando a Borges, J.L. en su opúsculo “Los
talleres y la electricidad son para salvar las almas”, Ed. Mecánica
Argentina, Buenos Aires, 1977, y a mi compatriota Wycheslawski, J. en “Anegar
Alemania, la solución a los problemas hídricos de nuestro planeta”, Ed.
Guerra entre Pueblos y Paz entre Clases, Gdansk, 1993, diré que lo que les hace
falta a esos zoquetes y berzotas impenitentes: deben ser uncidos a un carro como
los que se usaban para cargar el heno en la región de Tarnow antes de la
aparición del burro en aquellas latitudes, y las perneras de sus pantalones
recortadas metódicamente mediante polillas amaestradas. Reservaré la parte más
corrosiva de mi renombrada bilis verborreica, famosa en toda Cracovia por haber
quemado la cara de cincuenta y seis palomas, a los positivistas lógicos,
verdaderas aves carroñeras que se mueven por los fangales de la razón acusando
sin pudor ni vergüenza al teólogo de ser teólogo y al creyente en la
divinidad del Conejo de ser creyente en la divinidad del Conejo, porque, dicen,
la existencia de Dios no es demostrable encadenando razonamientos sino por el
contrario una materia reservada a las creencias personales de cada cual. Esos
cochinos inmundos, esos despreciables y malévolos traidores que en espantosos
cenagales conspiran en noches de luna llena con el único objetivo de arrebatar
la Divinidad al Conejo e investírsela a su animal favorito, el oso panda, esos
embaucadores del conocimiento, esos perversos, esos babuinos llenos de doblez y
perfidia que no inspiran confianza a ningún polaco, esos eslovacos de mierda,
esos bielorrusos, esos degenerados y lascivos violadores de menores de gesto
porcino a los que hacen chiribitas los ojos cuando piensan en actos pecaminosos
con un matraz o en violar la ley de Dios haciendo cosas dentro de una probeta,
esos memos, esos mentecatos, esos mezquinos, esos que se inventaron la teoría
de la evolución porque sueñan con ser monos y meneársela debajo de un árbol
mientras comen plátanos, esos falsarios, esos mendaces que con criminal
contumacia defienden el error porque les van los emolumentos en ello, esos
pringaos., esos gañanes, esos muertos de hambre, esos destripadores,
estranguladores de Boston y asesinos de niños, esos que obstaculizan mis
investigaciones con su absurda cháchara antitrascendente, esos que se atreven a
pedirme A MÍ que sea racional…creo que con eso queda dicho por qué los
argumentos de los positivistas lógicos estaban tan equivocados como su madre
cuando los parió.
No
caeré yo entonces en el imperdonable error de plantear las premisas y luego las
conclusiones; yo, al modo tradicional de la teología animal y de toda la teología
anterior a mi obra (véase una vez más Lowenczyk, J. , “Por
qué un Conejo”, Cambridge University Press, 1983, correcciones a un
intento de quinta edición, basado en San Agustín de Hipona, “Dios nunca da explicaciones”, traducido por Lowenczyk, J. al
polaco y al inglés, de próxima publicación cuando encuentre editor, y en
Korzeniowski, S. “Cómo triunfar entre
los amigos y conocer gente en Polonia”, Ed. Walbrzychyczestochowo, Opole,
1994), plantearé primero las conclusiones y luego las premisas. Las
conclusiones en este caso son que la invasión y destrucción de Irak fue diseñada
y ejecutada por George W. Bush atendiendo a una orden divina, no siendo entonces
sólo un acto adecuado u obligado por las circunstancias, sino además un acto
de justicia, misericordia y suprema bondad con los hombres y las tierras del
mundo; apoyar el ataque al pueblo de Irak, que no movió un dedo contra el
oprobioso Sadam Hussein, es entonces la única conducta posible para todo aquel
que no sea un descreído, un esperpéntico, un cobarde, un mequetrefe y un
enemigo de Polonia. Esas son las conclusiones. A partir de ellas iré hilvanando
unas premisas que las justifiquen.
En
primer lugar debemos recordar el hecho sin precedentes de que durante la
saludable contienda llamada Operación Libertad Iraquí se produjo un hecho sin
precedentes: la ciudadanía polaca llevó la contraria a todas las del resto del
continente y se manifestó por aplastante mayoría a favor del buen trabajo que
estaba haciendo Bush. Este hecho, según Nietzsche, F. en “Ecce
Homo” y Korowycznyczki en “Como mi
pueblo no hay ninguno. Historia de un amor a primera vista”, Ed. Xenophobe
Guides, Londres, 1987, y también según Lowenczyk, J. en toda su dilatada
bibliografía, ya debería bastar para justificar la excelencia de la operación
diseñada por el Comandante en Jefe recibiendo órdenes directas de un Conejo;
el quid de la cuestión está en la posición de Polonia a un lado de la
trinchera y de todos los demás al otro lado. Porque cuando Polonia lleva la
contraria al continente entero podemos estar seguros de que le asiste la razón,
y no sólo eso; le asiste la fe, que para un teólogo es mucho más importante.
Inclusive puedo citar bibliografía alemana, como el trabajo de Heidegger, M.,
“La dialéctica hegeliana da por sentado
que cuando mi país se pelea con todos los demás siempre es porque mi país
tiene razón” , Universidad de Tubinga, 1937, en apoyo de este argumento,
pues hasta algunos alemanes pueden llegar a reconocer que su país está
equivocado por naturaleza, como demuestra su escaso crecimiento económico en
oposición a lo floreciente de la economía polaca, cimentada en la esforzada y
abnegada labor de obreros católicos que ni sienten ni padecen, como Jesucristo,
y que morirían en la cruz por Polonia, como yo mismo, aunque para la causa de
la verdad, la luz y el conocimiento es mejor que desaparezca Kostakowicz, M.,
dicho todo esto desde el respeto a la discrepancia entre académicos y desde una
posición de humilde reconocimiento a todo lo que ha hecho Mariusz por la Teología
Animal (muy poco, en todo caso, pero eso es tema que, según Darnell, P. y
Svedberg, K., “Las llaves inglesas no se
deben mezclar como tema de conversación con los cenotafios”, The Old
Handkerchief To Wipe Your Nostrils Press, Minneapolis, 1972, no se debe mezclar
con éste que estamos tratando).
Cuando
Polonia se opone al continente europeo en pleno, nunca es porque sí; aunque a
veces pueda parecer que muchos polacos son incapaces de explicar por qué apoyan
la sensata y juiciosa remodelación de Irak, ello no se debe, como muchos
malintencionados insinúan, a que no sepan justificar su postura, sino a que, así
como el Conejo, siendo Dios, es superior al ser humano y a veces Sus actos
resultan inaprehensibles a nuestra restringida inteligencia, Polonia es una nación
superior al resto, de modo que a veces los actos que en su infinita sabiduría
el pueblo polaco dispone realizar son de todo punto arcanos al limitado
entendimiento de los que no gozan el privilegio de ser polacos. Mas quien viera
la nieve cayendo no sólo en Cracovia, sino en Lublin y Rzeszow sin ir más
lejos, lo comprendería. Como afirman Hauptmann, W. y Stiefel, H.G. en “Una
recensión completa, minuciosa y detallada del tiempo o clima típico de la
Galitzia occidental en ésta nuestra era”, Ed. Summa Teologica Pannonica,
Budapest, 1822, la nieve en esas regiones es blanca, blanca como el papel no
reciclado, blanca como la leche de las vacas polacas, blanca como la cara de
Kostakowicz cuando le desconecten de la sonda que lo alimenta y sobre todo
blanca como el pelo del Conejo. Sí, la nieve en Polonia es blanca como el pelo
de Dios, y por eso saben muy bien los polacos, pueblo bendecido por el Señor
con miel, patatas y lechuga en abundancia para que nunca se muriera de hambre,
que hay algo especial en la forma en que las lavanderas de Wloclawek introducen
la ropa en las secadoras tras el centrifugado. Lo saben los polacos; lo sabía
muy bien mi primo Leszek, que como tantos otros cruzó el océano en busca de
una vida mejor.
Mi
primo Leszek, nacido como yo en Cracovia, dejó de vivir con sus padres a los
siete años; a falta de mejores materiales de construcción, levantó su primer
hogar arrancándose sus propias uñas y haciéndolas crecer bañándolas en la
orina de los perros callejeros. Para sobrevivir se vio obligado a trabajar de
faquir en circos y a vender el luto de sus uñas (las tres que no se había
arrancado) para que con él fabricasen tinta indeleble. A los once años (corría
1951) supo que el carguero de bandera panameña “In God We Trust” zarpaba
del puerto de Gdansk hacia los Estados Unidos, y tras recorrer a pie los
cuatrocientos kilómetros que separan Cracovia de Gdansk sin permitirse resoplar
en toda la caminata convenció al capitán del navío, un groenlandés muy simpático,
para que le permitiera unirse a la tripulación y llevar a cabo la travesía, lo
que el capitán aceptó a cambio de que mi primo Leszek tapara con su cuerpo una
vía de agua que había en el casco del barco. Mi primo Leszek, como no podía
ser de otra forma tratándose de un miembro de mi familia, resistió los once
mil kilómetros del viaje aunque las gélidas aguas del Océano Atlántico le
estuvieron golpeando el colodrillo durante semanas, y llegó felizmente a Ellis
Island, donde en aras de pasar el preceptivo control de inmigración hubo de
convencer al policía de guardia, un danés muy simpático, de que era su hijo,
y ello sin saber otro idioma que no fuera el polaco. Al creerle su retoño, el
funcionario de aduanas danés intentó llevarle a su casa, pero mi primo Leszek
temió que fuera descubierta la superchería y saltó del coche en marcha en
medio de la autopista que une Brooklyn con Coney Island, empezando al día
siguiente a trabajar de varilla desatascadora para los varilleros de Brooklyn
Norte. El trabajo era duro, pues sólo podía descansar cuatro horas al día,
por lo que tenía que dormir mientras se duchaba. Pero ganaba más dinero que en
Polonia, y con eso era feliz; como amaba a su país de adopción, se esforzaba
en gastar sus ingresos en productos estadounidenses a pesar de que en sus cuatro
horas de reposo no podía hacer otra cosa que no fuera acicalarse, lo cual le
obligaba a comprar artículos de los que no tenía necesidad. Fue así como se
convirtió en accionista de la Procter and Gamble, aunque sólo tenía tres
acciones y una de ellas se convirtió en papel mojado cuando se presentó a
desatascar los colectores de un fabricante de lubricante para cortacéspedes de
Staten Island llevando la acción en el bolsillo de los pantalones, lo que le
obligaba a sindicarse con otros 2.516.674 propietarios más para acudir a las
juntas de accionistas, a las que lógicamente nunca se presentó; su nueva
condición de poseedor de títulos de una gran compañía con delegaciones en
todo el mundo libre le hizo sin embargo sentirse por primera vez parte del sueño
americano, sentir que él tenía la oportunidad de intervenir en el proceso de
toma de decisiones en una sociedad democrática. Hubiera sido para él imposible
materializar este sueño en Polonia, pues allí el abominable gobierno abortista
de los rusos de mierda, según el calificativo empleado por Huygens, N. en “Citología
e histología del pequeño soviético que hay dentro de cada uno de nosotros
intentando carcomernos y corroernos para que triunfe la conspiración comunista
mundial”, Journal of the American Medical Association, Chicago, 1954, no
permitía que el pueblo pudiera hacer uso de su acreditada sabiduría y poseer
acciones de la Procter and Gamble aunque fuera en número de tres. Mi primo
Leszek, por una vez en su vida (a veces su empleo le ocasionaba problemas de
autoestima, pues en realidad él hubiera querido ser teólogo animal como yo),
se sentía legítimamente orgulloso de sí mismo, de su familia y de su país:
lo había conseguido, había triunfado en los Estados Unidos.
Fue
en 1964 cuando mi primo Leszek, después de trabajar seis años como silla
plegable de un banquero y conseguir así el estatus de cliente preferente del
banco que lo empleaba, compró a crédito su primera propiedad inmobiliaria: un
metro cuadrado en un inmueble de Queens. Lleno de ilusión
por formar ya parte de la clase terrateniente de los Estados Unidos, lo
que le convertía a todos los efectos en ciudadano norteamericano, mi primo
Leszek se dispuso a amueblar su nueva vivienda; instaló una ducha debajo de la
cual dormía y unos visillos fabricados por unos parientes suyos en Polonia,
aunque él no lo sabía porque en la etiqueta decían ser manufacturados en
Wisconsin. La adquisición de dichos visillos fue otro paso importantísimo en
la integración de mi primo Leszek en la sociedad norteamericana; por primera
vez, mi primo hermano se comportaba como un consumidor en una sociedad
occidental desarrollada, comprando productos baratos fabricados en países donde
los costes laborales eran más bajos que en su lugar de residencia. En 1968
volvió a dar un paso de gigante en esa dirección al adquirir un transistor
japonés, marca Sharp, en un bazar situado a tres manzanas de su metro cuadrado;
allí vio a un boliviano por primera vez en su vida. Mi primo Leszek necesitaba
ese transistor para oír los partidos de béisbol mientras se duchaba, lo que es
otra prueba de su indiscutible voluntad de adaptación a su país de acogida,
pues nunca llegó a entender del todo las reglas de dicho deporte. Pasaron los años
y mi primo Leszek siguió trabajando y trabajando, vendiendo órganos y
vendiendo órganos, hasta que en 1979, ya sin columna vertebral y con buena
parte del sistema nervioso cerebroespinal metido dentro de una pajita para poder
seguir funcionando, consiguió comprar su segundo metro cuadrado en la Ciudad de
Nueva York; en 1987 compró el tercero, y en 1996, el cuarto. Hoy en día mi
primo Leszek reside en un hospital de caridad de Brooklyn y consta sólo de
cabeza, tronco y extremidades superiores, pero trabajando duro ha logrado
materializar su sueño: posee cuatro metros cuadrados en la cosmopolita metrópolis
neoyorquina. ¿Quién le va a decir a mi primo Leszek que no ha merecido la pena
su sacrificio? ¿Quién puede ser tan cruel y despiadado como para chotearse de
la singladura vital de mi primo Leszek e insinuar que su objetivo en la vida no
ha valido la pena? ¿ Es posible que haya alguien tan soberbio, tan arrogante,
que crea a mi primo Leszek digno de conmiseración por haber intentado el sueño
americano que todos en secreto soñamos cuando dormimos por las noches? Lo diré
de otra forma; mi primo Leszek estaba probablemente a favor de la civilizadora
ocupación de Irak, ya que una clara mayoría de los residentes en Estados
Unidos lo estaban, y no cabe duda de que mi primo Leszek es residente en los
Estados Unidos; puedo citar en defensa de dicha tesis Varios autores, “Censo de los Estados Unidos 2003”, Oficina del Censo de los
Estados Unidos, Departamento de Población, Gobierno Federal, Washington, 2003 y
Varios autores, “Guía de Teléfonos de
Brooklyn Oeste”, Publicaciones Bell Atlantic, Albany, 2003, en la que se
recoge el teléfono del hospital donde habita mi primo en la actualidad. Una vez
hemos dado por sentado que mi primo Leszek defendía con uñas y dientes la misión
remodeladora de Irak, es nuestro deber preguntar, ¿quién puede ser tan
desvergonzado de achacar a mi primo Leszek la adopción de posiciones erróneas
sobre el asunto? ¿Quién le va a negar a un hombre que ha luchado tanto la
posesión de la verdad sobre la ocupación de Irak? ¿ Quién se atreverá a
cometer la villanía de ridiculizar el anhelo que le guió durante tantos años
de búsqueda de una vida mejor, a saber, convertirse en ciudadano norteamericano
para poder apoyar la remodelación de Irak siendo ciudadano norteamericano? ¿Quién
va a ser tan intolerante de insultar las creencias de una persona como mi primo,
que aun en su actual estado de postración, causado por toda una vida de
continuo trabajo y sacrificio, sigue venerando al Dios de los católicos y a
George W. Bush, su Comandante en Jefe? Sin duda, mi primo Leszek y yo tenemos
razón; no sólo Bush ha acertado de pleno, sino que son unos desalmados y unos
amorales quienes den a entender lo contrario.
Para
confirmar de modo irrefutable esta mi hipótesis basta un somero repaso a la
lista de países que, orquestando a las masas abúlicas y secularizadas con una
maestría que para sí quisiera el Papa cuando intenta convencer a propios y
extraños de la veracidad de las teorías de ese mendaz adalid de la paloma al
que en una muestra de la cortesía en el disenso que me caracteriza calificaré
de vejestorio a secas (supongo que a estas alturas todo el mundo debería saber
que me refiero a Mariusz Kostakowicz), han confrontado con más voluntad que
acierto la firme postura del Comandante en Jefe de todos los polacos. Son tres
países, tres ni más ni menos, ni más ni menos que tres: Rusia, Alemania y
Francia. De este último poco hay que decir salvo que de allí vino la Ilustración,
base de todos los problemas de credibilidad que ha sufrido la Teología Animal,
disciplina que yo me honro en representar, en los últimos siglos; ello, según
monseñor Cilli, P.J., “Errores del
siglo y otras excusas para demostrar mi condición de memo ante Dios”,
Editorial Vaticana, Roma, 1941, incapacita totalmente a cualquier francés para
criticar mis opiniones en modo alguno. Concentraré entonces el resto de mi
exposición en desmontar las falsedades que desde Alemania y Rusia se han
propagado sobre el particular, intoxicando el debate y reconstruyendo a capricho
la realidad, como si esto último lo pudiera hacer otra persona que no fuera
nuestro Comandante en Jefe George W, Bush. ¿Por qué se comportan así los
rusos y los alemanes? Utilizando formas de razonar propias de la Teología
Animal llegaremos sin dificultad a la respuesta, pues “la Teología puede
recorrer caminos que la Filosofía no se atreve a iniciar, ya que no necesita de
la Razón, esa cobarde, para que le lleve a hombros” (Hegel, F.W., Chupáos
esa, yo soy la culminación de la historia y vosotros no, obra no publicada,
op.cit, De Moivre, Q., Genio y soberbia;
¿se puede alcanzar la fama sin ser un ególatra? , Ed. Human
Misery, Montreal, 1962). Empecemos
por decir que desde un punto de vista estrictamente teológico animal Rusia está
equivocada no por ser sus habitantes un hatajo de popes ortodoxos y ateos de
mierda en salaz coyunda, pues desde una perspectiva ecuménica de diálogo entre
religiones no se les puede negar a los cristianos ortodoxos la comprensión del
misterio del Conejo (como prueba, podemos citar la entusiasta crónica de
Adrianescu, I. en el Evenementul Zilei de
Bucarest acerca de la completa somanta física y psicológica que recibió
Kostakowicz cuando le derroté en un partido de bádminton celebrado en la
capital rumana el 14 de noviembre de 1992, dejándole tan derrengado que no pudo
acudir al debate “¿Sobran los partidarios de la paloma en la Teología
Animal?”, celebrado horas más tarde en la misma ciudad; el contertulio fue
Janusz Lowenczyk, que se dio la razón en todo y ganó el debate por goleada
debida a la incomparecencia del enemigo); Rusia está equivocada porque durante
setenta años, y aún hoy quedan restos de ese error fatal, ha intentado someter
al Conejo a un régimen que no le corresponde, el de las granjas colectivas
llamadas koljoses y sovjoses. Como muy bien demuestra el ejemplo de Estados
Unidos y Polonia, una vez más los dos Imperios que sirven de ejemplo en materia
religiosa a todos los restantes paisillos del globo, la Religión funciona
cuando está en manos del Dinero, no cuando está en manos del pueblo, ni de un
partido; especialmente en este último caso, pues cuando un partido político
toma el poder absoluto tiende él mismo a convertirse en religión, siendo ello
aceptable sólo en el caso de que dicho partido lleve en su programa la
indiscutible tríada formada por la Divinidad del Conejo, la neta superioridad
de Polonia sobre el resto de naciones, especialmente las no americanas del
Norte, y el cristianismo como única religión posible. Obviamente, el Partido
Comunista de la Unión Soviética se oponía de manera frontal a estos santos
postulados; aunque con un innegable sustrato religioso y jerárquico, que en
principio debía de agradar al Conejo, su doctrina era dogmáticamente
positivista y negaba en teoría la posibilidad de una intervención divina en la
toma de decisiones en aras del bien común, si bien en la práctica admitía tal
intervención siempre que se tratara de seres humanos divinizados (Stalin,
Breznev y otros). En todo caso, en ninguna de sus versiones, tampoco en la soviética,
admitió nunca el comunismo la posibilidad de que el Espíritu Santo se
encarnase en una especie animal; incluso la evidente blasfemia de divinizar a la
perra Laika , esa bestia pulgosa que
ofendió al Conejo al coadyuvar para que los rusos adelantaran a Estados Unidos
en la carrera espacial, hubiera constituido un acto de piedad en comparación
con la desfachatez insultantemente prosaica de considerar a todos los animales
igualmente irracionales, una trampa metódica muy propia de esos execrables
mendigos científicos que reciben el nombre de positivistas. En consecuencia,
para el régimen soviético, del cual no hay que olvidar que también incluía a
Bielorrusia y Lituania, hoy naciones fronterizas con Polonia con todo lo que
ello conlleva, el Conejo no era más que una herramienta para el bienestar
material de sus habitantes, y como tal era tratado en las granjas colectivas
llamadas koljoses y sovjoses; en ellas se condimentaba al Conejo para
posteriormente suministrarlo como carne a los obreros y soldados bolcheviques,
especialmente en las zonas de Ryazan y Tula, donde la cría y salazón del
Conejo goza de amplia tradición, siendo su carne muy preciada (ver Varios
autores, V Plan Quinquenal (1956-1961),
Editorial Mir, Moscú, 1955, si se está especialmente interesado en ese tema o
si se cree que yo me invento los datos). Algunos infames positivistas lógicos,
persistentes en el error y en el crimen, se atreverán todavía
a objetar que lo mismo sucede en los países en los que, como sucede en
Polonia y Estados Unidos, es público y notorio que ha existido siempre un
sistema de economía de mercado; estos propagadores de desvergüenza
impenitentemente basados en la razón perorarán sin tasa proclamando que el
trato recibido por los Conejos en explotaciones ganaderas mercantiles y no
colectivizadas es incluso peor que el que recibían en los antiguos koljoses y
sovjoses, pero tan infantil argumento no puede engañar a nadie; es tan sólo la
débil trinchera tras la que se guarecen los cobardes que no tienen la dignidad
de aceptar que la creencia en Dios es la fuente de toda percepción de la
realidad, y que no por ello dicha realidad deja de ser objetiva. Pues es obvio
que en los koljoses y sovjoses el Conejo era puesto a disposición de intereses
considerados superiores así como también es puesto a disposición de intereses
considerados superiores en las granjas mercantiles, mas sólo un pigmeo del
conocimiento dejaría de detenerse en la naturaleza de dichos intereses
superiores, naturaleza que diferencia radicalmente ambos casos de una vez y para
siempre; mientras en el caso de los koljoses y sovjoses el Conejo sirve al
pueblo y al partido único, respectivamente, en el caso de las granjas
mercantiles el Conejo sirve al Capital, y ya se dio por sentado al principio que
el Capital favorece la expansión de la Religión, en tanto el pueblo y el
partido único la frenan. Es por ello que los soviéticos, y esto incluye no sólo
a Rusia sino a los otros catorce países surgidos de la desintegración de la
URSS (el teólogo animal no tiene en cuenta los burdos argumentos dados por
Bielorrusia y Lituania para escaquearse de sus obvias responsabilidades; según
Varios autores, Gran Atlas Mundial, Ed. Harper-Collins, Nueva York, 1989,
a finales de los ochenta estos dos países pertenecían sin ninguna duda a la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y Polonia no, y el que diga lo
contrario miente), carecen también de legitimidad para plantear objeción
alguna a la guerra global permanente tal y como George W. Bush la tiene
planificada, a la ilimitada expansión del Imperio polaco y a lo que yo tenga a
bien proclamar por ésta mi boca.
Demostrado
una vez más que Rusia y Francia son culpables, es hora para el teólogo animal
de abrir el proceso contra Alemania. Como lugar situado históricamente donde
acaba Polonia, esa inculta e improductiva extensión de tierra se destaca, sea
cual sea el devenir histórico de sus habitantes, sean éstos románticos o
ilustrados, nacionalistas o cosmopolitas, como freno al avance del Bien y
baluarte de las tendencias antipolacas que toda Europa sufre, cuando lo que tenían
que hacer es aprender de nosotros e hincar sus rodillas en tierra ante la
grandeza de una Nación sin par. Es un verdadero y calamitoso atraso que a estas
alturas todavía ningún otro país del mundo haya adoptado el polaco como
lengua oficial; incluso algunos estados vecinos y enemigos como la República
Checa, Bielorrusia, Rusia y Eslovaquia han proclamado como idiomas nativos
ciertas imitaciones del polaco que más bien parecen una mala parodia de la
fluida poesía y de los calambures sin parangón de la lengua que mi madre tuvo
a bien enseñarme. No olvidemos tampoco las innobles traiciones de infaustos
personajes como Mariusz Kostakowicz y su aliado el Papa Wojtyla, quienes
tuvieron la ocurrencia de volverse italianos, cuando su posición en la Curia
les hubiera brindado una excelente oportunidad de cambiar la sede obispal de
Pedro, y no precisamente al Vaticano de Costa de Marfil; ni siquiera en la sin
par lengua polaca hay palabras para expresar cuán honda es mi desilusión de
que algunos no imaginen lo bonita que quedaría la Capilla Sixtina aquí en
Cracovia. Lo que quiero decir con esto es que cuando a Alemania le ha dado por
invadir un país, siempre nos ha tocado a nosotros los polacos aguantar su diabólico
proselitismo territorial. Mas el teólogo animal no quiere que esto mueva a
nadie a la confusión; el problema no son las ansias imperialistas de Alemania
(si estas ansias imperialistas fueran de Polonia o de Estados Unidos, no serían
un problema), el problema es Alemania en sí. Alemania es un problema para
Polonia tanto más ahora que es el país más cosmopolita y pacifista del mundo;
el que no pretendan invadirnos con tropas y tanques no hace sino más peligrosa
su alemanidad, pues antes su inferioridad moral era obvia hasta para los ateos,
pero ahora pueden alardear de superioridad moral sólo porque ellos no son
nacionalistas y nosotros sí, y las almas eternamente equivocadas por enemigas
de George W. Bush se lo creerán encima. Pero esa artera táctica no engaña al
teólogo animal, acostumbrado a manejarse entre certezas y no entre hipótesis;
para el teólogo animal, Polonia será siempre superior a Alemania porque
Polonia es Polonia y Alemania es Alemania, y punto. Y no hay más que hablar,
porque esta yuxtaposición en planos diferentes (si alguno quiere hablar de
superioridad es perfectamente legítimo hacerlo, más a veces los profesores
hemos de utilizar, mal que nos pese, un lenguaje de respeto en la discrepancia
académica y de aceptación de la controversia) se perpetuará por los siglos de
los siglos, y ninguna posible conducta de los alemanes y los polacos podrá
alterar jamás este hecho, por siempre incólume como la presente configuración
del Cosmos, con la Tierra en el centro y el Sol girando en torno a ella. Mas no
sólo por su relación con Polonia es Alemania culpable, sino que aquella tierra
de perdición y asedio a las almas puras, cuyas calles de vicio están llenas
hoy de arpías con atavíos de bruja y fascinación por el negro color de Satán,
que encima se hacen llamar “siniestras” ignorando deliberadamente que
Polonia se encuentra a la diestra de Alemania en todos los mapamundis, es también
responsable de persistentes y continuados ataques al misterio del Conejo, del
que ha tomado la pugnaz determinación de mantenerse irremisiblemente apartada.
No cabe prueba más evidente de ello que la disposición de sus carreteras;
cualquier examen de la red alemana de infraestructuras para el transporte
terrestre no ferroviario, desde los más exhaustivos (Kogler, M., La red
viaria alemana semeja en su estructura unos huevos escalfados, Universidad
de Bonn, 1971) hasta los más someros (Schönbrunner, H. y Vogel, D., La red
viaria alemana parece un cernícalo con los restos de una mofeta en el pico,
Universidad de Augsburgo, 1983), permite reparar al observador atento en que
dicha red se vuelve menos tupida a medida que se acerca a Polonia, otra muestra
más de deliberado alejamiento del Conejo, ya que Éste, aunque no conoce
fronteras pues todos los conejos encarnan la divinidad, se encuentra sobre todo
en Polonia; todos los Conejos del mundo, estén donde estén, creen estar en
Polonia, teoría que Lowenczyk, J. demuestra con gran elocuencia en la página
642 de su libro “¿Por qué un Conejo?”, Cambridge University Press,
1983, volviéndose a basar en los postulados solipsistas del maestro Hume, D. y
asimismo en Nietzsche, F. cuando llamó a Alemania “el país plano de
Europa” (Nietzsche, F, “Ecce Homo”, página 58). Podrá argüirse
que dicha preterición de las comunicaciones con Polonia se debe a la baja
densidad de población de las zonas alemanas limítrofes, mas el teólogo animal
se ríe a mandíbula batiente de tan patéticas excusas, fruto de cerebros
paticojos que se refocilan en su memez día tras día, lejos del Conejo y de
toda posibilidad de salvación. Es problema de los alemanes el no haber
desmantelado piedra a piedra Renania del Norte-Westfalia para situarla cerca de
Polonia; trasladar ocho millones de edificios a sólo setecientos kilómetros de
distancia tampoco les costaba tanto. Por otro lado tenemos que señalar con
evidente ánimo censor la costumbre teutona de considerar como animal doméstico
a la comadreja, animal con justicia despreciado en el resto del mundo pero tan
popular entre alemanes que éstos han forzado a ese cuerpo de Satán redivivo y
espumarajeante llamado Unión Europea a reconocerlo oficialmente como animal doméstico,
cualidad que comparte exclusivamente con perros y gatos. Esos mugrientos
y patógenos bichitos crecen y se multiplican en las grandes metrópolis
alemanas, especialmente en las más alejadas de Polonia, como plaga de Egipto
que son; es cada vez más frecuente ver por las calles de Recklinghausen, esa
moderna Sodoma, a ictéricos y desgarbados jovenzuelos y lívidas y macilentas
pelanduscas llevando en jaulas a esos pequeños monstruos sin que el teólogo
animal pueda dar una razón para ello distinta de que son alemanes. De hecho, yo
fui atacado por una comadreja en Recklinghausen cuando fui a presentar allí mi
conferencia “Dios es un Conejo”, pues hasta en el infierno hay almas
susceptibles de redención; no siemdo tan comprensivo hacia mi pastoral
evangelizadora como la situación requería, un hurónido propiedad de Beckmüller,
C., alumno de la Facultad de Ingeniería de Minas de la Universidad de Bochum,
precipitóse extramuros de su jaula y mordióme la nariz, en la cual hube de
llevar una pinza durante todo el mes siguiente, inconveniencia que confirió a
mis posteriores charlas en Delft, Lovaina y Aquisgrán un sabor único y
característico. En posteriores artículos me extenderé más sobre el
apasionante dilema teológico de la diferencia entre mangosta y comadreja a ojos
de Dios; recordarán mis lectores que el objeto de este artículo era explicar a
niños, alemanes, rusos y dementes seniles las razones que justifican la Guerra
Global Permanente declarada por nuestro Comandante En Jefe George W, Bush con
inigualable sentido de la estrategia. Dicho y hecho; en estos últimos párrafos
se ha demostrado sin lugar a dudas que ningún nativo de Alemania, Rusia o
Francia posee el derecho a pronunciarse sobre este tema, y siendo así que el
resto de Gobiernos del mundo, especialmente los de Polonia y Estados Unidos, ya
se han pronunciado en nombre de sus
pueblos a favor de la Guerra Global Permanente, llegamos a la conclusión de que
no hay en este planeta quien se oponga a los bien trenzados planes de nuestro
Comandante En Jefe. Por todo lo anterior, George W. Bush está defendiendo la
voluntad UNÁNIME de los seres humanos cuando ocupa y remodela Irak, y goza además
de la aquiescencia y protección del Conejo, como demuestra el amplio apoyo a su
desempeño entre ciudadanos polacos.
HE
DICHO.