Volumen recomendado: Trátase de otro álbum a disfrutar con la ayuda de pequeños audífonos, pues el ruido ambiente puede llevarse gran parte de su inquietante runrún de fondo.

Momento propicio: En reflexionando sobre el poder puro...

 Vuelve El Engendro por donde solía con una muestra de arqueología musical como dios manda, de las que uno puede esperar de nuestra natural curiosidad, por algunos llamada papanatismo. He aquí un disco ignoto como pocos de un músico asaz ignoto, no conocido mucho más de su casa en las praderas de Sussex, o por ahí cerca. Mucho nos tememos, y es que así de injusta es la historia (no en vano la escriben los vencedores), que a nadie le diga nada el nombre de Hugh Hopper, y mucho menos el de su colaborador Lol Coxhill; por el contrario, gozan de mucha más estima y recuerdo tres sujetos famosos por introducir el falsete como elemento de distinción en el turbio submundo de los perseguidores discotequeros de nínfulas (nos referimos, claro está, a los perpetradores de la banda sonora de “Fiebre del sábado noche”, en su momento aclamada por una audiencia aquí nutrida mayoritariamente de curtidos sindicalistas y barbudos lectores de Wilhelm Reich enfundados en una trenka; francamente, creíamos que la revolución sexual era otra cosa). Mas hay otros (El Engendro, por cierto) que no caen en lamentables adaptaciones al zeitgeist típicas de Bisbal y por ello se merecen este huequecillo de homenaje en nuestras páginas. Por ello y por otras razones; de todos es sabido que El Engendro ama a los artistas que no hacen lo que se espera de ellos, y nadie debió de esperar de este Hugh Hopper, por lo demás bajista de jazz-rock que había estado en los Soft Machine y en otros grupos británicos más o menos así de hippies, que en 1973 se descolgase a bote pronto con una ilustración musical nada menos que de “1984”, el tan citado como poco leído tratado de George Orwell sobre el totalitarismo. “1984” es famoso hoy por haber dado su título a un intrascendente programilla de televisión destinado a aquellos que no comprenden que sus propias vidas son mucho más interesantes que las de los nuevos héroes cotidianos (mindundis vestidos de imitación de Armani que manejan menos vocabulario que un plantígrado con déficit de atención), pero esa desgraciada apropiación no debe mancillar el buen nombre del enjuto y honesto Orwell ni el de su libro, una profunda e inquietante reflexión visionaria acerca de la indefensión del individuo frente a las sofocantes estructuras verticales del poder puro. A lo largo de las escuetas aunque intensas páginas de su obra, Orwell describe un sistema de dominio y esclavitud tan implacable en el control mental que hasta la rebelión individual contra dicho sistema es inducida siempre desde arriba con el solo objetivo de infligir un castigo ejemplar al réprobo, que acaba siendo asesinado después de sufrir la aplicación en su persona de crueles técnicas psicológicas de destrucción de la autoestima.

Como ya se dijo en un Engendro anterior, Frank Zappa recomendó en su momento que no se escuchara su “The Chrome Plated Megaphone of Destiny” sin haber leído antes el relato “En la colonia penitenciaria”, de Franz Kafka.  De la misma forma, este es un disco para ser escuchado no después, sino durante la lectura de la inmortal antiutopía orwelliana. La aproximación de Hugh Hopper a “1984” es musicalmente complejísima y de tonos oscuros como boca de lobo, y mezcla jazz  y rock progresivo con sonidos cuya textura anticipa lo que años más tarde sería la música industrial; el oyente curioso encuentra percusiones metálicas desacostumbradas en aquella época, realzadas por una producción audaz que no escatima el uso de avanzadas técnicas de manipulación de sonidos para crear una atmósfera semejante a la de los alrededores de Chernóbil poco antes de que todo reventase. Fábricas más contaminantes, habitaciones cada vez más pequeñas; diríase que uno lo está viendo mientras con sorprendente precisión lo describen Hugh Hopper, al bajo, su cooperador necesario Lol Coxhill (uno de los músicos de jazz más desviados e idiosincráticos de Gran Bretaña) al saxofón (en este caso, agudo y afilado cual punzón para grabar en la roca) y otros músicos sobresalientes que en aquel entonces pululaban por la escena musical europea. Una lástima que el olvido haya cubierto de polvo este asombroso esfuerzo creativo de tan preclaros instrumentistas; claro que sus razones tienen para ello, pues no les conviene que los espejos lleguen a reflejar todos los ángulos.

 


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