JOHN ZORN: THE BIG GUNDOWN

 

Volumen recomendado: El suficiente para que los vertiginosos cambios ideados por el maestro Zorn queden nítidos (no es música susurrante, sino más bien orquestal)

Momento propicio: Después de exponerse involuntariamente a Bisbal y similares en el supermercado.

 

Uno de los más inteligentes y peculiares seres humanos que jamás haya empuñado un instrumento musical (el saxo alto, en su caso), John Zorn comenzó a reunir sonidos opuestos a lo que sonaba por la radio en 1973, frisando apenas la veintena y poco después de que los psicólogos que le trataban le hubieran recomendado seguir en observación una buena temporada. Y no es que el chaval (ahora ya varón con los cincuenta superados) haya matado a nadie, pero sí es verdad que los mundos que se plasmaban musicalmente en su cabeza nunca han pertenecido a la esfera de lo común y corriente; John Zorn se dedicó en los setenta y primeros ochenta a componer esquemas de improvisación basados en juegos como el billar y el hockey, reproducidos en discos que El Engendro conoce y atesora pero que en principio parecen un pandemónium sin el más mínimo sentido (Zappa parecía tener una estructura lógica; aquello no). Después, el joven Zorn sorprendió a propios y extraños con obras de basamentos tan dispares como el free jazz, el death metal, la música tradicional japonesa, los dibujos animados clásicos, la cultura de la violencia en Extremo Oriente, la odisea de los judíos tras la I Guerra Mundial, la radio estadounidense de los años cuarenta o la música clásica contemporánea. En la actualidad, John Zorn, que junto a Rocío Jurado y los Amigos de Gines debe de ser de los pocos artistas que ha grabado un directo en Sevilla, que por supuesto El Engendro se perdió (Live in Sevilla 2000), acostumbra a publicar unos cinco o seis álbumes por año, todos ellos variados, audaces y vanguardistas, ninguno para los espíritus proclives a tener miedo a la música.

The Big Gundown es la reconstitución zornil de temas compuestos por el factótum de la música de cine italiana, Ennio Morricone, que en su momento lo mismo ensamblaba las bandas sonoras de películas del Pasolini que las de polvorientos bodrios rodados en el desierto de Almería. La fidelidad a los originales debe de ser poco menos que nula, pues los asiduos a los programas dobles típicos de los sesenta y setenta no hubieran aguantado en su butaca del cine de barrio las descargas de ruido en medio de temas melódicos y la valiente adición de influencias ajenas al contexto (por ejemplo, una orquesta tocando percusión brasileña en medio del tema de una película del Oeste) que caracterizan a The Big Gundown, las cuales son, en cambio, un regalo a los oídos del Engendro. En los créditos del disco, grabado originalmente en 1984 con temas añadidos en 1999, figura lo mejorcito de la música transgresora de ambas épocas (Diamanda Galás, Arto Lindsay, Mike Patton; pone los vellos como escarpias la interpretación de la primera en el tema Metamorfosi, del filme “La clase obrera va al paraíso”, que al parecer es un largometraje de 1971 acerca de los trabajadores convertidos en máquinas por la dinámica fabril). Esta fascinante obra sonora podría ser el disco de versiones por excelencia, aunque no sea el único que se merece tal título; se trata de un ejemplo casi sin parangón de cómo construir una creación propia, además original, libre, arriesgada e idiosincrática, partiendo de la base de lo ya inventado por otro y retorciéndolo hasta volverlo irreconocible. Prueba de cómo John Zorn logró la cuadratura del círculo en The Big Gundown es que consiguió que el álbum, radical y anticomercial como pocos, fuera del agrado del mismo Ennio Morricone, que aunque haya influido también a Mike Patton no es precisamente un músico maldito.

Bienvenido sea pues John Zorn, que nos abre de par en par las puertas de otros modos de percibir la música, recordándonos de paso que no todo el cine ha sido siempre (ni es ahora) como la pestilente basura multicinesca, y que no toda la música ha sido siempre (ni es ahora) como el no por pasteurizado menos cutre sonido latino que nos quieren colocar como plato único.

 


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