LA ZANAHORIA Y LA BIBLIA

 

Como todas las culturas del Mediterráneo Oriental nacidas en los albores de la civilización (aunque quizá habría que decir “como todas las culturas que hayan existido en el mundo en cualquier época”), la cultura judía ha dado siempre una gran importancia a todo lo relacionado con la zanahoria, y no sólo en el ámbito gastronómico o dietético, sino también en las esferas literarias, musicales, cosmológicas, deportivas y sobre todo religiosas de su rico acervo cultural. No pocos antropólogos (Schatzberg, en “De lo que se come se cría. La bulimia antes del cristianismo”, páginas 324 a 484, y Bernstein, en “Que os den morcilla a todos (una desmitificación del ayuno)”, páginas 156 a 317, por citar a dos autores señeros) atribuyen esta universalidad de la zanahoria al hecho de que todos los pueblos del mundo han pasado hambre en algún estadio de su trayectoria como civilización: la modesta solanácea, siempre en pugnaz competición con su eterno rival la patata, ha sido durante milenios un consistente pilar de la dieta de los desfavorecidos y menesterosos, aunque éstos se olvidaran de ella mostrando una ingratitud sin límites cuando les tocó el turno de ser poderosos, opulentos e hinchados.

En concreto, la civilización judeocristiana, como se ha dicho, no puede entenderse sin la zanahoria; Joseph Kornblum, de la Universidad de Columbia, ha llegado a decir que de haber dependido el pueblo de Israel exclusivamente de la patata, la Biblia constaría solo de un prólogo (no confundir con el Génesis), un epílogo y el libro de Nehemías, pues, según Kornblum, “ése se las hubiera arreglado para escribir aunque tuviese la cabeza metida en una bañera llena de vino con miel durante treinta y siete noches”. Otro célebre biblista, el rabino japonés Ezer Moskowitz, ha sostenido que “si expurgáramos de la Biblia la totalidad de los pasajes directa o metafóricamente relacionados con la zanahoria, quedaría solamente la frase “pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora me he convertido en dos grupos” (Génesis 32:10)”. La misma Biblia ha ido transmitiéndose de padres a hijos gracias a un tipo de papel rico en betacaroteno, el único conocido en el Mediterráneo hasta que llegó de China el habitual hoy día, muy parecido al que en nuestros tiempos se llama papel couché, cuya relación con la zanahoria es estudiada en detalle en otro apartado de esta magna exposición.

Asimismo, los fragmentos de la llamada “palabra de Dios” en que se menciona a la zanahoria son tantos que el 58% de los judíos neoyorquinos y un estratosférico 94% de los cristianos del llamado “Cinturón Bíblico” del interior de Estados Unidos, según una encuesta de 1969, se imaginaba a Yahvé como una zanahoria con barbas. Baste señalar, a modo de ejemplo, que sólo en el Libro de Esdras se hallan 64.433 menciones a la que para los israelíes, y para todos los semitas en general (y para los mayas, y para los griegos, y para los japoneses, y para los germanos) era la verdura por excelencia. Un versículo del mencionado libro (476:29) ilustra claramente el predominio de la zanahoria como catalizador de las energías vitales del pueblo judío originario, así como de sus contrapartes asiria, sumeria, babilónica y egipcia:

“Y Betsabé engendró a Eliezer, y Eliezer, nada más ser engendrado por Betsabé luego de que ella yació con Gersón y en lugar de cabras y bueyes había zanahorias en la estancia donde los dos yacieron, y eso complació mucho a Yahvé, porque todos los hijos de Israel son de la misma forma hijos de la zanahoria, entonces Eliezer se mesó la barba y habló, y habló por boca de una zanahoria que pertenecía a Gamoth, que se la había prestado a Galgashem a cambio del usufructo de vacas en número de noventa y seis y corderos en número de setenta y nueve. Y dijo Eliezer nada más ser engendrado por Betsabé: “Oh, Yahvé, a quien tanto agrada que el pueblo judío coma sus zanahorias, y con gran justicia nos privas de ellas cuando no hemos dado ejemplo de rectitud y amor hacia ti nuestro Dios; por favor, perdónanos, porque los asirios y los egipcios ya se han compinchado para parcelar la Tierra Prometida, oh Yahvé; blandiendo nuestras más grandes zanahorias iremos a luchar en tu nombre, mas el enemigo posee zanahorias de mayor tamaño, que bien parecen berenjenas. Te imploro, oh Yahvé, que protejas a tu pueblo de sus enemigos que, corroídos por la envidia y la gula, han conseguido zanahorias más grandes”. Y supo entonces el pueblo que los asirios se aprestaban a entrar de nuevo en Jerusalén, y que así lo había querido Dios”.

Como botón de muestra del punto de vista católico acerca de las implicaciones y ramificaciones del binomio zanahoria-Biblia, es interesante desempolvar una cita del célebre biblista Castillo García, M., parte del estudio bíblico novelado “La madre del cordero de Saúl era una zanahoria con injertos provenientes del espacio exterior”, publicado por entregas en la revista “La Voz de los Bermejales” a partir de octubre de 1973. La cita es la siguiente: “Si el pedazo de impío de Esdras se hubiese convertido al cristianismo como era su deber (y que no vengan a decirme que entonces no había nacido Jesús, porque si Esdras era profeta, lo podía haber adivinado; si no, vaya birria de profeta que era) entonces no hubiera menospreciado a la zanahoria del intolerable modo en que lo hizo”. Debe tenerse en cuenta que este párrafo es dogma oficial del cristianismo, instituido por el Papa Juan Pablo II el 27 de agosto de 1982.       

 

 

 

 

  

   

 

                          

 

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