LENGUA DE SIGNOS

 

 

Voz,

la que se alza tras el silencio preparado,

la que en un susurro

convence a todos de que no está susurrando,

la que no necesita elevarse hasta pronunciar bien

porque ya nadie habla,

la que, ultrajada, aullará “¡CONTRADICCIÓN!”

si intentas replicar.

Dientes,

entre los que mascullas tu canción

en lenguaje eternamente cifrado

como corresponde a los que, aplastados por el yugo de los altavoces,

marchan a la ciudad de incógnito

con los pies llenos de plomo.

 

Hoy, en esquinas oscuras, se enseña lengua de signos

que no vamos a entender.

Hoy, en talleres no iluminados por farolas

se dibujan retratos de las calles y el frío;

insurrectos no impositivos

se protegen allí de lo que venga.

 

Tejido sintético pegajoso

directo a nuestra yugular.

 

Sombras equívocas que no ves

sin gafas de aumento;

son, en todo caso, SUS gafas de aumento

y tú te has quedado huérfano,

son sus gafas de aumento, pero no aumentan

la arena licuada que viene a sepultarte

y miras hacia arriba, confiado en el progreso,

confiado en que se trata

de la misma lluvia de cada día.