LOS FURFAUTEN

o la historia de las estrategias contra el fregado de platos

Con el suficiente que había sacado en Matemáticas, Cristobalillo Merino podía respirar tranquilo; se alejaba de él el sombrío horizonte de pasar el verano de 1980 sumergido en el estudio exhaustivo de diversos cuadernos de vacaciones Santillana y cuadernillos Rubio que sus padres, hasta el gorro ya de que el puñetero niño necesitase mejorar en Matemáticas y sobre todo de la insistencia con que sus amigos inquirían acerca de la compleja relación que Cristobalillo mantenía con la aritmética y la trigonometría incidiendo maliciosamente en la hipotética inepcia de sus tutores, habían abonado con sumo gusto a don Venancio Martínez, propietario de la papelería bautizada con su apellido que se distinguía de la competencia bautizada con el mismo apellido por el trato campechano y familiar y los precios de amigo. Ahora esos cuadernos dormirían el sueño de los justos en el repleto trastero de los Merino, y Cristobalillo podría dedicar todo el verano a sus tres pasatiempos favoritos, que resultaban ser el solfeo, partir piedras aplastándolas entre las palmas de sus manos y maquinar estrategias para derribar el gobierno de Adolfo Suárez y obligar al Banco de Bilbao a devolver a sus padres los intereses devengados por el préstamo que habían recibido para pagar su Citroën GS.

Fue la segunda de estas aficiones la que llamó la atención de otro chaval, Andresín Gómez el Tragaldabas, habitante de Granada como él pero nacido en Madrid, que por aquel entonces buscaba con poco éxito un lugar donde ensayar con su pandereta en las densamente urbanizadas proximidades de la calle Pedro Antonio de Alarcón, cuyos irascibles vecinos se despertaban al más mínimo golpe percusivo y dejaban hablar a sus transistores a tal volumen que el sonido de la pandereta acababa por ser inaudible. El frustrado Tragaldabas, de trece primaveras en aquel año, era obligado por sus padres a aplaudir a la virgen de las Angustias con tal energía que pudiera oírsele a él por encima del gentío; severos castigos le estaban reservados si ello no sucedía, pues el empeño de los señores de Gómez por arraigarse en Granada era sólo superado por la adicción del cabeza de familia al olor de la gasolina súper. Este crudo ambiente familiar espoleaba el afán escapista de Andresín el Tragaldabas, que catalizaba sus ansias metafóricas de matar al padre en un anormal deseo de aplaudir a algo o alguien que no fuese la virgen de las Angustias y además disgustase a sus progenitores. Así fue entonces que una mañana de agosto de 1980 Cristobalillo y Andresín se pusieron a aplaudir juntos en la plaza del Triunfo de Granada, y pronto Cristobalillo, que poseía más instrucción musical, reparó en que el sonido de los aplausos se asentaba sobre una estructura rítmica reconocible. Ese mismo día, Cristobalillo Merino decidió cambiarse el nombre por el de Joselito el Butronero; con ese alias y la inseparable compañía de Andresín el Tragaldabas, Cristobalillo pensó que no era difícil ganar unos duros en las calles y plazas de la ciudad aplaudiendo rítmicamente no se sabe muy bien a qué, aunque definitivamente no a la virgen de las Angustias (en realidad, El Butronero aplaudía a los Pink Floyd, mientras su compañero prefería romperse las manos en honor del Torete; dos alumnas de un colegio de monjas cercano que se habían unido a la formación fueron expulsadas del incipiente grupillo por empecinarse en aplaudir a Miguel Bosé). Puestos en el compromiso de bautizarse de algún modo para empezar a ser reconocidos aunque fuera por los compañeros de colegio, Joselito el Butronero, que quería que los aplausos del dúo sonasen como una lavadora vieja, se inventó el nombre de Los Furfauten, que en su opinión evocaba dicho sonido. 

Aunque en algunas de sus actuaciones callejeras acabaran a mandobles con integrantes del público y más de una vez la policía municipal los tuviera que llevar de la oreja a sus respectivos domicilios familiares, el grupo había tomado la determinación de seguir adelante al coste que fuese, sin importar los suspensos ni los castigos paternos. Así consiguen llegar a principios de 1982, momento en que Los Furfauten graban su primera casete, que titulan "Explosión de gas butano" en memoria de una deflagración ocurrida por aquellos meses en una torre de viviendas para obreros en el barrio del Zaidín. Dicha casete llegó a ser escuchada en Málaga y Sevilla debido al poderío de temas como "Explosión de gas butano", "Que no y que no" y "Escuchar hasta que te salga sangre de los oídos", aunque también debió de influir el hecho de que el Butronero viajara a la Costa del Sol a pasar el verano y el Tragaldabas visitara a una tía carnal suya en la ciudad del mercadillo de la Alameda de Hércules. Por esa época se les unió Marcos Wegmüller el Pelao, que hacía sus pinitos en la rumba flamenca y se ganaba unas cuantas monedas de cinco duros del Mundial 82 robando los discos de sus padres y vendiéndolos en los rastros de su Rincón de la Victoria natal, y Alejandrito Cervezas Alhambra, bautizado Alejandro Urbano, que en aquel momento contaba sólo seis años de edad y que se impuso el mote por la empresa donde trabajaba su padre. Con estos nuevos miembros, Los Furfauten sacaron dos casetes más, "Dibujitos de gente rara" (1983) y "Hombres que no entienden de la misa la mitad" (1985), que en su momento pasaron desapercibidas fuera de su círculo de amigos; como es lógico, hoy los coleccionistas se pegan por ellas. No fue hasta 1987 cuando Los Furfauten consiguieron dar su primer concierto en una sala granadina; para entonces, los factótums del grupo contaban ya 18 y 20 años, y sus destructivos esquemas ruidiles ejecutados con las palmas de las manos podían ser tomados ya suficientemente en serio, o al menos no despreciados olímpicamente como ocurre siempre cuando son adolescentes pajilleros quienes los interpretan. Causan sensación en Granada los planteamientos confrontacionales de Los Furfauten; el diario Ideal insta a la lapidación pública de los componentes del grupo, la policía local propone que se les prohíba tocar en locales cerrados y la asistencia social está en un tris de retirar a los padres de Alejandro Urbano, los señores de Urbano, la custodia de su hijo, cuya edad no pasaba en aquel entonces de los doce años. A cambio, Los Furfauten ganan cierta popularidad en ambientes underground y antisistema, aunque no tanta como para dar giras nacionales o aparecer en los anales del rock hispánico o siquiera grabar un disco. Sea como fuere, las dos casetes que grabaron poco después de su primer concierto público, llamadas "Terremoto" y "Allí tienen más cuento que Calleja", circularon por toda la Península.

 

En 1990, Andrés el Tragaldabas y Pepe el que en Sí Mismo es Una Trinidad, miembro de Los Furfauten que se dedicaba a hacer ritmos con el mentón y los tobillos, abandonan el grupo aquejados de serias lesiones en diversas partes del cuerpo normalmente utilizadas para labores percusivas; aunque Andrés el Tragaldabas colaborará circunstancialmente con Los Furfauten, a partir de ese momento el grupo se compone de Joselito el Butronero, Alejandro Urbano y aplaudidores de sesión que irán variando de casete en casete hasta su primer CD virgen, "La tranquilidad está que te cagas de buena", autoeditado en 2000. Aunque Los Furfauten son ya mayores de edad y en algunos casos han llegado a ser hasta profesores de instituto, la furia que les llevó a la fama local sigue intacta, aunque la edad la ha hecho más articulada y cerebral; en todo caso, el golpear de las palmas de sus manos sigue creando nuevos mundos al menos tan salvajes y hostiles como el actual. Tal que así se refleja en su nuevo CD virgen, "Imposible físico", aparecido esta misma primavera, en que el vigor de su repiqueteo manual continúa provocando a nuestra imaginación de tal manera que El Engendro no ha tenido más remedio que incluir a Los Furfauten en sus conciertos y espectáculos, lo cual hemos conseguido no sin cierta dificultad dada la fama que esta gente se han ganado como concertistas en Granada (lo que queremos decir es que no nos hacemos responsables de cómo terminen las presentaciones públicas de las huestes furfautenescas). Así que se va acercando el día en que disfrutéis u os consternéis ante la inquietante inversión de la relación público-artista de que se es testigo en cualquier aparición de Los Furfauten, quienes aún no han podido dar ninguna rueda de prensa, pero cuando la den serán ellos los que pregunten. Eso podéis tenerlo por seguro.

 

 

 

 

 

 

 

 


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