EL ENGENDRO investiga la capital importancia del concepto de canción del verano en la cultura clásica

 

por Axel Asgeirsson, profesor emérito de Nuevo Cine de los Países del Este en la Universidad de Verano de Akureyri (Islandia), fundador de la revista de ajedrez “Hitabeltisskák” (“Ajedrez tropical”) y representante de cantantes de México, Puerto Rico y Venezuela en el mercado islandés

 

La cultura clásica, origen del mundo; todos los que la hemos estudiado en profundidad no podemos por menos de sorprendernos de la manera tan diáfana en que los grandes interrogantes que el ser humano se ha planteado a lo largo de su singladura histórica habían sido ya descritos hace dos mil años. El ser, la nada, el futuro, la naturaleza, los átomos, los números, las corrientes marinas; de las privilegiadas cabezas de los sabios de Grecia y Roma, sabios que en absoluto se daban importancia ni coba, no paraban de brotar ideas que explicasen el orbe. En sorprendente hilazón de hallazgos felices, estos titanes del conocimiento inventaron sucesivamente las OPAS hostiles y el lenguaje SMS, amén de la contraprogramación, la comida rápida, la investigación militar, los juegos olímpicos, la escuela privada y la venta a comisión. En los anales está escrita con letras de oro la reacción del viejo Policleto de Elea cuando apareció en el ágora con el primer código de barras conocido en la historia humana y sus conciudadanos quisieron lincharlo, pues no concebían sus lechugas y calabacines envueltas en no se sabe muy bien qué y con alfas y épsilons inscritos encima no se sabe muy bien para qué. “Para vosotros no será útil, pero para mí sí”, argüía el sabio eleata mientras de todas las calles confluentes en el ágora le llovían cascotes y peñascos de variadas formas y tamaños; las palabras de Policleto de Elea, en su momento absolutamente incomprendidas, son ahora el leitmotiv de decenas de vendedores de semillas transgénicas dispersos por el ancho mundo. Fue en el mundo helénico donde se descubrió la primera alternativa conocida a los antidepresivos, entonces llamada “filosofía”, recuperada hace unos años por Lou Marinoff en su libro “Más Platón, más Seroxat y menos Prozac”, financiado por la Glaxo Smithkline, donde se recomendaba como terapia contra la ansiedad la ingestión de grandes cantidades de Seroxat de modo simultáneo a la lectura de los capítulos de “La República o el Estado” de Platón que recomiendan el despeñamiento de niños minusválidos por barrancos. Hay que reconocer asimismo a los griegos, en concreto a los atenienses, la sin par hazaña de crear un sistema de gobierno que excluyese de entrada a los extranjeros y  a los trabajadores, dejando el destino de la polis en manos de los “filósofos”, es decir, de los psicólogos; asombra al observador distanciado en el tiempo que aquella gente poseyera una infraestructura de publicidad y relaciones públicas tan desarrollada que su forma de gobierno quedase en la historia con el nombre de “democracia”, convirtiéndose en paradigma de los regímenes políticos de hoy día. Por no hablar de la invención del concepto de síntesis en la dualidad, basado en la contraposición de opciones en el fondo idénticas que eliminan a todas las demás: Platón y Aristóteles, Atenas y Esparta, Roma y Cartago, Aníbal y Escipión, Marco Antonio y Augusto, el Imperio y la República, el paganismo y el cristianismo e incluso Grecia y Roma son ejemplos de cómo dominaban los antiguos esta técnica, hoy en día una de las bases de la moderna manipulación de masas.

Pero no hay que pensar que los clásicos dedicaban el día entero a plantear enigmas de la existencia recostados en sus triclinios; aunque por necesidades del marketing literario y turístico los griegos hayan pasado a la historia como incansables pensadores y los romanos como inflexibles legisladores, lo cierto es que estos pueblos de la remota antigüedad también sabían divertirse y olvidarse de los problemas (los había incluso que hasta trabajaban, pero normalmente no son tenidos en cuenta, ya que no se ajustan al perfil de lo que se suele entender por griego o romano antiguo). Mucho se ha hablado de las bacanales, el panem et circenses o las carreras de cuadrigas; lo que no es tan conocido es la existencia ya entonces de formas de entretenimiento mucho más pautadas e integradas en el flujo natural de los intercambios comerciales y económicos. En la compleja y altamente desarrollada sociedad romana era cuestión de tiempo el surgimiento de formas avanzadas de planificación del ocio como los parques temáticos (que los hubo. como “Devastatio”, situado en Capua, inaugurado en el 69 d.C por el  mismísimo emperador Vespasiano y dedicado a las acciones de las tropas imperiales en la lejanía de las provincias recién conquistadas), los paquetes turísticos (que también los hubo; “vacaciones en Anatolia por sólo 600 sestercios; visite Troya, Samos, Rodas y Lesbos y conozca el Ponto Euxino”, ofrecía en el 102 d.C. a los patricios romanos una agencia de viajes con sede en Neápolis) o las colonias residenciales de veraneo (Pompeya, destruida en la erupción del Vesubio del año 79 d.C., es un buen ejemplo). Es en este contexto donde para satisfacer las crecientes demandas del público prepúber de las clases poseedoras surge en el Imperio Romano una industria musical nada desdeñable, de la que ahora hablaremos. 

En medio de la abundancia y prosperidad que por doquier menudeaba durante el reinado de Octavio Augusto, un esclavo liberto de Leptis Magna, Lucio Quinto Augústulo (nombre este último que se había puesto porque probablemente le abriese puertas) abre en el 6 d.C. la primera agencia de management de artistas conocida en el Imperio. Lucio Quinto Augústulo intuyó que los ciudadanos de la urbe necesitaban un ritmo distinto del solemne y regular repiqueteo tamboril que saludaba la salida y llegada de las legiones, y se empeñó en promocionar la música libia, famosa en todo el Imperio por su exuberancia percusiva, en los cenáculos del negocio sonoro capitalino. Al principio el trabajo de Lucio Quinto Augústulo viose respaldado por un éxito fulgurante; la urbe, siempre hambrienta de novedades procedentes de remotas regiones del Imperio, acogió a los percusionistas libios como verdaderos héroes del gladio, y nombres como los de Numa Astetator, Claudio Máximo Máximo y Majencio el Cirenaico fueron durante unos meses más populares en Roma que el del mismísimo césar Augusto. Mas poco duró este esplendor; la emergencia de los artistas libios en Roma fue rápidamente truncada por un aluvión de nuevas tendencias y productos llegados de la Britania, de la Germania y de las fronteras persas, que aprovecharon el factor novedad del que ya carecían los músicos libios para arrinconarlos como si fueran ropa vieja. La veloz caída de los juglares norteafricanos debióse también, según una mayoría de historiadores de la música, a la avanzada edad de éstos, ya que era tradición en la Cirenaica que los mejores artistas del bongo fuesen más bien ancianetes, como los soneros cubanos, y de voluminosa constitución, como los luchadores de sumo; el rasposo acento africano que contaminaba su latín tampoco les ayudó a mantenerse en la cumbre. Incapaces de atraer por más tiempo la atención de Roma, los percusionistas libios cayeron pues, arrastrando a la agencia de management de Lucio Quinto Augústulo, desplazada del candelero por decenas de otras agencias surgidas posteriormente el calor de los beneficios que con escaso esfuerzo ofrecía la representación de artistas. A la muerte de Lucio Quinto Augústulo, fallecido en el 32d.C. de una sobredosis de vino fuerte en su villa cercana al Coliseo, su agencia pasó por muchas manos, incluidas las de Marco Tulio Autómata,  Publio Emilio Piscícola y Cayo Antonio Anihilator. Pero fue mucho después, terminado ya el tiempo en que Nerón sobó el cetro imperial, cuando Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola se hizo cargo de la agencia de promoción de jóvenes talentos que antaño fundase Lucio Quinto Augústulo, momento que marca un antes y un después en el desarrollo de la industria musical romana.

Cualquier observador imparcial del decurso humano se rendiría ante la arrolladora personalidad de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, de adulto más conocido como “Detriticus Patritium” , expresión que la mayoría de los historiadores de la música actuales han traducido, quizá por analogía con los tiempos modernos, como “el yonqui patricio”; la verdad es que no le han faltado méritos para ello, quizá el más notable de todos el haber inventado el “punctum”, que hoy conocemos por jeringuilla hipodérmica. Al cabo, el diseño de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola ha salvado millones, o quizá decenas de millones, de vidas, pero la verdad es que el invento no fue ideado precisamente con fines médicos; ni siquiera en la dionisiaca Roma imperial pasaba desapercibida la disoluta existencia de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, cuyas noches (y días) de juerga se mezclaban en la mitología popular con las de Baco y Saturno. Se cuenta de él que una mañana de resaca cruzó el Tíber dentro de una caja llena de pescado podrido e inmediatamente después volvió a la ciudad; estando todavía fresco el hedor marítimo en su piel, comenzó a pregonar su candidatura al Senado a sabiendas de que su bien ganada fama de crápula le impedía aspirar a honor político alguno. Obviamente, no consiguió el escaño, pero años después, según cuenta Plutarco, el respetado anciano C. Catulo Dima se aprovechó de su técnica y se vio aupado a la magna asamblea luego de haber cruzado el Tíber en un ataúd repleto de pescado podrido y haber promocionado su candidatura en el Foro. Tácito y Suetonio mencionan también que “detriticus patritium”  había construido un desnivel de dos metros de profundidad casi justo enfrente de la puerta de su villa, con un doble fin: por un lado, evitar visitas indeseadas, y por otro lado renovar el elenco de los asistentes a sus bacanales usando del peregrino sistema de favorecer su precipitación en el foso anexo a su morada cuando, beodos, abandonasen la misma para dormir la resaca. Legendaria fue también su vida sexual, parte de ella recogida en el libro “Ars amandi rerum”, traducible por “El arte de amar a los objetos”, que viene a ser como un Kamasutra relativo a las cucharas, los trípodes y las lámparas de aceite (apagadas), aunque también se encamó con todo bicho viviente siempre que su tamaño fuera proporcionado al suyo, y asimismo lo intentó con cucarachas y elefantes, fracasando debido al desfase de envergadura corporal existente entre él y los animalillos. Se podría escribir un texto de la extensión de la Enciclopedia Británica refiriendo las innumerables aportaciones de “detriticus patritium” a la cultura del vicio y la depravación, pero debido a la falta de espacio para tratar aquí este tema, tangencial al objeto de este artículo, terminaremos este recuento volviendo a la invención de la jeringuilla hipodérmica, que Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola ideó para insertar en su flujo sanguíneo una sustancia (bien conocida en la actualidad) en su momento traída por los mercaderes de la China; su nombre le fue dado por venir empaquetada en unas cajas con la efigie de Helena de Troya esculpida en la tapadera. “Detriticus patritium”, que fue el mayor traficante de drogas conocido en la antigüedad, gustaba de probar la mercancía en su propio organismo, y sus trastadas bajo los efectos de algún opiáceo o estimulante variopinto fueron desde rociar a los gansos del Capitolio con vino dulce y colgarles carteles con inscripciones funerarias en los picos hasta introducir termitas en la cuadriga de su propiedad, contra la que previamente había apostado, con objeto de que ésta se consumiera en plena competición. A decir verdad, no era mucha la diferencia entre la conducta del yonqui patricio cuando estaba sobrio y su comportamiento bajo los efectos de diversas sustancias, lo cual, de algún modo, hace aún más incomprensible su frenética predisposición a atiborrarse de éstas a la menor oportunidad.

Hijo de una familia latifundista de la Campania (de ahí el apellido “Agrícola”), “detriticus patritium” consiguió hacerse con la herencia familiar a pesar de que todos sus hermanos eran mayores que él; sin miedo ni vergüenza, manipuló las vejigas de cerdo que en su pueblo se tenían por expresión de la voluntad divina y así persuadió a todos sus convecinos, incluyendo por supuesto a sus padres, de que los dioses querían que él hubiera nacido antes que sus hermanos, y que, siendo tal la intención de los habitantes celestiales, constituía un inconcebible acto de impiedad negarle la primogenitura (se ve que los dioses habían cambiado de opinión, pues en otro tiempo decidieron que sus hermanos vinieran antes al mundo). Anticipando la previsible irritación de los perjudicados por su treta

 

 

 

Mosaico hallado en las cercanías de Rovereto que nos muestra cómo debía de ser Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola más o menos a los 30 años de edad

(de hecho, amenazado con una garrota o "baculus" por dos de ellos), "detriticus patritium" marchó a Roma, dejando a los de la garrota o "baculus" como administradores solidarios de sus tierras, que él mientras tanto había vendido simultáneamente a otros tres propietarios de la zona, cada uno de ellos con derechos sobre la totalidad del terreno; no tardaron en estallar las hostilidades entre las víctimas del irregular comportamiento comercial de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, que astutamente aprovechó la coyuntura para desaparecer sin dejar rastro en la vorágine capitalina y empezar a hacerse un nombre (falso, por supuesto, no fuera a haber alguien de su pueblo por las inmediaciones) en el mundillo romano de las peleas con palos de fregona. El resto es historia.

 

Cuando Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola se hizo cargo de la agencia de promoción de jóvenes talentos "Musica Tripolitana et Cirenaica", ni él ni la agencia andaban en su mejor momento financiero; las frenéticas bacanales y la costumbre entonces muy en boga de aspirar ralladura de coco, naturalmente por él mismo comercializada, habían llevado a la mayoría de las maniquíes de la escuela de modelos "Puella XVI", que por entonces el yonqui patricio regentaba, a suicidarse arrojándose al Tíber vestidas de legionario, incluyendo el peto y el casco. Entretanto, la agencia, lejanos ya sus días de gloria, mantenía a duras penas el tipo como oficina de colocación de jóvenes libios en la urbe, la mayoría de los cuales se empleaban en el floreciente negocio de la reparación de amuletos. Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola tuvo entonces la genial intuición de que el fracaso de la industria cultural libia en la urbe se debía a que nadie la había intentado romanizar; mientras los cantantes norteafricanos siguieran interpretando sus temas en un latín tan horrible (cuando no en libio), no había la más mínima posibilidad de que el público romano aceptara su música como propia. Más revolucionaria aún fue su teoría sobre la relación entre la formación cultural de las masas y la atomización del gusto; si queremos un producto que llegue a todo el público, decía, primero habrá que buscar el mínimo común denominador que caracterice a dicho público. No contento con ello, "detriticus patritium", entre una inyección de "punctum" y otra, supo ver ya entonces que el público era más maleable si se lo dividía en grupos susceptibles de creer que tenían algo en común si se les persuadía de ello; por último, Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola logró establecer como axioma la idea de la individuación, según la cual todo proyecto cultural gana en viabilidad si va asociado a un rostro y a una persona con los que sea fácil identificarse.

Habiendo formulado estas cuatro premisas, Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola lanzóse en sus escasas horas de sobriedad en pos lo que necesitaba para reflotar "Musica Tripolitana et Cirenaica"; hallábase meditando sobre los consejos que Protágoras había dado a los propietarios de escuelas en Atenas y cómo se podían aplicar a este caso (en realidad, hallábase intentando recordar la diferencia entre Protágoras y Safo de Lesbos, pues en principio él no recordaba que hubiese ninguna) cuando por primera vez en su vida se fijó en el esclavo que le hurgaba la nariz. Era éste un jovencito rubio de apenas quince años, llamado Tito Ponciano Zenón, nacido en Mauritania y trasladado a Roma a los cuatro años, por lo que hablaba latín a la perfección; no era técnicamente libio, ni siquiera libio a secas, pero su origen igualmente africano permitía venderlo como si tuviera "el ritmo en el cuerpo" (aunque Suetonio dejó escrito que se movía con menos gracia que una lagartija arterioesclerótica). De inmediato constató el yonqui patricio que no hacía falta buscar más; había nacido en ese momento una de las uniones comerciales más económicamente fructíferas a la par que tormentosas de que la historia haya hablado nunca. Marcus acababa de empezar su carrera.

¿Marcus? ¿Pero no era Tito Ponciano Zenón? ¿ Eran el mismo individuo, o tanto estaba innovando "detriticus patritium" que inventó el también la técnica de colocar dando la cara a "artistas" distintos de quien realmente interpretaba sus creaciones? Pues seguro que le hubiera gustado a Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola ser pionero en esta trapera forma de sacar los cuartos a incautos y preadolescentes; era ése un modo de actuar muy acorde con su naturaleza. Mas no pudo ser, ya que en aquel entonces no existía ningún método para grabar y reproducir sonidos, lo cual imposibilitaba técnicamente el playback. De modo que el yonqui patricio tuvo que apechugar con lo que tenía, que musicalmente era bastante poco. Tras cambiarle el nombre de Tito Ponciano Zenón (nombre de "emperador retirado" , según "detriticus patritium", que, como sabemos, tenía además predilección por los nombres falsos) a Marcus, apelativo mucho más fácil de recordar, Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola se encontró con que el jovenzuelo no unía a su perfil griego unas especiales dotes para el canto. No importa, se debió de decir "detriticus patritium", ¿quién le va a escuchar con dieciséis percusionistas de Leptis Magna en nómina de "Musica Tripolitana et Cirenaica" atronando tras de él? Según la estrategia genialmente diseñada por este maestro de la teoría interdisciplinar del pelotazo,  Marcus debía olvidarse de cantar y hacer como que susurraba en escena según el estilo milenios más tarde popularizado por Barry White, Isaac Hayes y otros horteras rompebragas setentoides. Dada la escasa potencia de voz del tal Marcus, dichos susurros habían de ser emitidos durante pausas de la orquesta libia estratégicamente ubicadas para mejor provocar el aullido prepúber. Cuando la orquesta libia sonase, Marcus había de mover sus caderas según los patrones rítmicos luego llamados "latinos", adjetivo que en aquel entonces hubiera hecho rasgarse las vestiduras a los altos jerarcas del estado romano si hubiese sido utilizado para describir los contoneos del joven Marcus; Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola prefería referirse en los papiros de promoción al "ritmo cirenaico de Marcus y su conjunto romano-libio".

Arco triunfal en honor de Marcus, de los muchos que durante el Bajo Imperio se levantaron por todo el Mediterráneo oriental

 

Una vez trazado el plan mercantil, Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, siguiendo el abecedario de los negociantes culturales, se entregó a la tarea de construir una base musical para su proyecto musical, o más bien alquilar por horas a una persona o personas que se la construyera; fue así que "detriticus patritium" fundó la sociedad "Carmenes Ad Hoc", donde, como su propio nombre indica, diecinueve especialistas componían canciones a mayor gloria de Marcus. La sede de dicha sociedad se encontraba en Villa Tiberii, mansión de tres plantas junto a la Vía Apia que se hizo pronto famosa como sinónimo de las pegadizas canciones de tres minutos popularizadas por Marcus entre las adolescentes romanas. Hay que valorar aquí la innovación que supuso en la época este formato de tema musical,  pues antes de Marcus el estándar era la jam-session al estilo del free jazz, llegando las canciones a durar cuarenta y cincuenta minutos; como escribió Tácito glosando una actuación de Majencio el Cirenaico en el Coliseo, "empezó al principio de la hora quinta, y no hizo una pausa, por breve que fuese, hasta bien entrada la hora sexta. Todo ese tiempo estuvo tocando el tío el arpa como si tal cosa". El formato de canción de tres minutos, cuya creación se atribuye normalmente a las editoras de música americanas de los años treinta, tuvo pues su origen en el Viejo Continente, ideado por Cayo Plinio Taciturno, que cuando fue contratado por "detriticus patritium" contaba 58 años de edad, lo que le convertía en un varón asaz provecto para aquellos tiempos. Fue él, de quien Marcial dijo que "era más feo que Sócrates, llevaba un parche en el ojo, padecía asma, hidropesía y pie de atleta y para colmo su mayor afición fuera de la música era el coleccionismo de conchas, que también robaba porque era cleptómano", quien escribió las más recordadas tonadillas de amor adolescente interpretadas por Marcus y su conjunto romano-libio (sobre todo por este último).

En 123 d.C. aconteció el comienzo de la carrera musical de Marcus, promocionada por todo lo alto como sólo un mercachifle consumado de la índole de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola podía hacerlo; "detriticus patritium" mandó construir en el centro de Roma un arco de triunfo mayor que el levantado tras la victoria definitiva en las Guerras Púnicas, con la expresión "Marcus victor inter rhapsodas et in ars amandi puellam"  escrita en letras de oro cartaginés y una estatua de Marcus abrazado a la mismísima diosa Venus instalada en la confluencia de dos de los más importantes viales de la capital.  El primero de dichos monumentos dejó de atentar contra el más elemental sentido estético en 196 d.C, cuando el emperador Septimio Severo decidió derribarlo avergonzado de que el Imperio Romano pudiera legar aquello a la posteridad;  el segundo, después de que el edil Cayo Julio Negligente intentase derribarlo porque su primo iba a construir allí una cuadra para su caballo, fue salvado de la quema por una reata de enfervorizadas fans de Marcus que llegaron a encadenar al emperador al monumento tras haber neutralizado a la guardia pretoriana con el olor de las lociones de nutria usadas por las adolescentes de entonces para embadurnarse el cabello (lociones por cierto también comercializadas por el ubicuo "detriticus patritium"), sólo para que años después fuese derribado por seguidoras de Cornelius, un cantante rival. Las horteradas de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola surtieron sin embargo efecto, y pronto Marcus gozó entre las quinceañeras (que en el Imperio Romano tenían once o doce años) de una imagen de máquina sexual comparable a la de John Travolta cuando rodó "Grease".  Existiendo en las culturas precristianas un grado de libertad en muchos aspectos mayor que el de hoy día, no era sorprendente que se permitiera a las quinceañeras disfrutar de encuentros con Marcus en que éste atendía todas sus peticiones; ser pionero en tales prácticas llevó a Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola a acuñar el lema "Marcus, el que cumple lo que otros sólo prometen" . Poco después, Marcus inició una gira "urbi et orbi" que le llevó a lugares tan lejanos como Neápolis, los Abruzos o la actual Civitavecchia, en todos los cuales trajo de cabeza a las adolescentes locales, huérfanas de atenciones a consecuencia de las levas forzosas tan frecuentes en aquellos tiempos de feroces luchas contra partos y sasánidas. Una vez más, Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola mostró un espíritu emprendedor poco frecuente en la época, pues Marcus fue el primer cantante que jamás planeó una gira de conciertos, así como el primer artista residente en Roma en actuar a una distancia mayor de quince kilómetros de la urbe. Ni que decir tiene que el yonqui patricio disfrutó enormemente con esta gira, pues a menudo era él, y no Marcus, quien esperaba a las muchachas en el camerino. Marcus, por cierto, fue también el primer músico que exigió y consiguió un camerino en sus conciertos, porque hasta entonces los músicos no se cambiaban de ropa antes de salir a tocar, y si lo hacían, lo hacían delante del público; éste, acostumbrado a ver a los gladiadores en el circo y a las bacanales en sus domicilios, no se impresionaba lo más mínimo. Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, tan perillán como siempre, introdujo pues la innovación de crear un halo de misterio alrededor del cuerpo de un personaje público en una sociedad donde todo el mundo sabía el lugar exacto en que cada cual tenía sus verrugas. El halo de inocencia que Marcus desprendía quedó un poco en entredicho, sobre todo en provincias, por la costumbre de "detriticus patritium" de enseñar a las adolescentes locales el funcionamiento del "punctum" cuando éstas acudían al camerino en pos de su ídolo; no obstante, el habilísimo manipulador de masas que era Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola se las arregló para dotar a su protegido-creación de una imagen de rebeldía difusa contra lo establecido basándose en esos turbios incidentes.

A esta actuación le sucedieron dos centenares más no sólo en Roma sino también por todo el Lazio y la Campania, mientras "numquam videre puella pulchriora quam tu", escrita por Cayo Plinio Taciturno, se convertía en la canción del verano del año 123 d.C. En julio de dicho año, según Marco Aurelio, la canción era interpretada por más de doscientos cincuenta conjuntos vocales sólo en la capital. "et auriculae meae aegere fuerunt in anno 876 ab urbe condita de carmenis horribilis Marcibus", dejó escrito el emperador poeta antes de morir. Cayo Plinio Taciturno, mientras tanto, era mantenido por "detriticus patritium" en una jaula en la segunda planta de su mansión con el fin de evitar su colaboración con otros vocalistas y sus eventuales aspiraciones a una porción de los beneficios de la "industria Marcus".  "Cayo Plinio es un vago, pero es el mejor de mis compositores, y si permito que caiga en la indolencia y en la molicie no rentabilizaré mi inversión", dejó dicho el yonqui patricio usando un lenguaje que ahora consideramos adecuado pero que en su momento sorprendió por su crudeza mercantiloide. Persuadido por un adivino dacio de que Cayo Plinio Taciturno compondría más y mejor si se le alimentaba exclusivamente de cortezas de naranja machacadas, "detriticus patritium" mantuvo bajo este riguroso régimen al compositor durante tres meses, siendo premiado con los mayores éxitos de la historia de la música popular romana, presentes hoy día en todo tipo de inscripciones funerarias del siglo II que los historiadores más sesudos y obsesionados con la política tienen grandes dificultades para descifrar. La pluma de Cayo Plinio Taciturno escribió entonces cientos de inolvidables tonadas que las adolescentes romanas y sus madres cantarían durante años, tales como "uxorem meam tu iris" (" Serás mi esposa"), "torrida nox de amorem  in litus Tiberorum"  ("Tórrida noche de amor a la orilla del Tíber"), "calidae puellae bythinienses" (Las chicas calientes de Bitinia), "concubiti tu et ego in naves Carontibus" (Los dos juntos yaciendo en la barca de Caronte"), "inmuto vulto meo pro te" ("Cambio de look por ti") o "pedicabo ego vos et irrumabo" , que musica un poema de Catulo. Este periodo de fecundidad creativa duró hasta que Cayo Plinio, falto de víveres tras haber engullido su túnica y sandalias, se comió también su pluma y no tuvo con qué componer. Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola no quiso entonces gastarse los sestercios en otra pluma de ave y conminó a su compositor de cámara a que defecase lo que había ingerido, pero Cayo Plinio padecía de estreñimiento crónico y murió antes de que su organismo expulsara la susodicha pluma de ave. Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola acababa de matar su gallina de los huevos de oro, aunque en aquel preciso instante no fuese consciente de ello, pues el difunto Cayo Plinio Taciturno había compuesto 549 canciones durante su encierro, suficientes para cubrir la demanda de veintisiete años. Ni más ni menos lo que duró la carrera musical de Marcus.

Mientras tanto, Marcus seguía intentando susurrar y contonearse ante las arrobadas miradas de decenas de miles de jovencitas que le aclamaban en sus continuas apariciones en el Coliseo. Según Suetonio, había engordado visiblemente y el pelo se le había vuelto entrecano de un modo asaz precoz, pues apenas contaba catorce veranos. Los especialistas atribuyen hoy día estos síntomas a la costumbre de aclararse la voz ingiriendo tres kilos diarios de sal, pues el yonqui patricio, por alguna razón, temía castrarlo, lo cual hubiera hecho sin ningún escrúpulo de considerar que le reportase algún beneficio por pequeño que éste fuera. Otros eruditos, más radicales, barruntan que el deterioro a ojos vista del estado físico de Marcus se debió a que, inducido por su protector, le daba al "punctum" bastante más de lo recomendable. Lo cierto es que el mozo enronqueció como si fuera Leonard Cohen y pronto sus detractores comenzaron a llamarlo "puer raucus". Con el invierno, sus apariciones públicas disminuyeron, ya que la meteorología comenzaba a no acompañar las actuaciones al aire libre y el emperador Adriano, acérrimo enemigo de Marcus aunque no tanto del yonqui patricio, no quería que se concedieran permisos para presentaciones del jovenzuelo en locales cerrados. Marcial, por último, cuenta que "la última vez que vimos a Marcus ese año, el pelo se le había vuelto negro del todo, le había crecido una cerradísima barba, su voz parecía la de un jabalí y era aproximadamente un pie menos tres dedos más bajo que antes". "Un pie menos tres dedos", según los patrones de medida de la época, venían a ser unos veintitrés centímetros. En general, los historiadores han restado importancia a las palabras de Marcial, asumiendo como "absolutamente irreal", en palabras de Arnold J. Toynbee, la pretensión de que un joven en plena edad de crecimiento menguara veintitrés centímetros en unos pocos meses. Sin embargo, otros estudiosos, más conocedores de la farmacopea de la época y sobre todo más conocedores de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, consideran perfectamente verosímil el hecho mencionado por Marcial, aunque nadie se atreve a clasificarlo como suceso comprobado con pruebas fehacientes.

 

Bajorrelieve que nos muestra a Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola usando liberalmente del “punctum” (Colección Lucana, siglo III d.C., British Museum, Londres)

Sepultada en la noche de los tiempos ha quedado la manera en que Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola consiguió que Marcus volviera a la vida la siguiente primavera justo con el mismo aspecto que tenía cuando Roma supo por primera vez de él. Su voz volvía  a ser angelical, su rostro, querubinesco, y su pelo, rubio como el de un Hércules. Los hay que dudan de que este Marcus redivivo se llamara también Tito Ponciano Zenón, ya que era Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola quien tenía los derechos sobre el nombre "Marcus"; aun cuando en aquel tiempo no existía legislación alguna sobre propiedad intelectual, el yonqui patricio tenía en plantilla a un escuadrón de forzudos destinado a cobrar un impuesto revolucionario a todo aquel que se llamase Marcus y dejarle la cara hecha un mapa en caso de que se negase. Sin embargo, es opinión casi unánime entre los historiadores que abordar esta cuestión supone adentrarse en el pantanoso terreno de las teorías conspirativas. El Marcus del segundo año consiguió también ser el intérprete de la canción del verano del 124 d.C. con el tema "Torrida nox de amorem  in litus Tiberorum", en el que sonaba menos la orquesta norteafricana y más su voz de macho romano preadolescente dado a violar a doncellas persas en la próxima expedición de conquista. Aunque las crónicas de la época echaban de menos la frescura del primer año, también coincidían en que a Marcus casi no se le notaba que era doce meses mayor. De ese año data la única crónica conocida de una actuación de este castigador de preadolescentes, que firma Juvenal, muy interesado por lo demás en ese tipo de fenómenos. Dice así:

El brillante juglar norteafricano Marcus, al que todas las jovencitas del Imperio persiguen por doquier, demostró ayer que se ha recuperado sobradamente del susto acaecido hace días, cuando un grupo de fanáticas le abordaron con objeto de trocear su cuerpo y repartírselo como reliquia. La rápida intervención de su agente, el conocido mercader Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, logró que las enfervorizadas muchachas descuartizaran a otro esclavo al que confundieron con Marcus. Tras haber salido airoso de este incidente, el gran cantante de Leptis Magna está más feliz que nunca, y se le nota. Se comenta por Roma que ha sido padre por segunda vez, aunque claro, eso él no lo diría nunca en un concierto. Marcus se limitó a gritar "¡¡ Buenas noches, Roma!!" al inicio del recital, "Qué hermosas son las chicas de Roma" en mitad de éste y un sonoro ¡Os quiero! al final, dejando claro que para retórico ya estuvo Cicerón y que él lo que es es un gran artista, ni más ni menos. La orquesta libia sonó más compenetrada que nunca, sin que el habitual elefante utilizado como instrumento de viento se superpusiera esta vez con los laúdes ni con las flautas. Marcus, por cierto, llevaba una trompa de elefante en donde debiera estar la nariz, parte de la campaña de imagen del nuevo negocio fundado por Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, que opera en el sector de la fabricación de sandalias a partir del tejido adiposo de los gladiadores muertos en combate. Las sandalias manufacturadas por Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola se distinguen de todas las demás por exhibir pequeñas trompas de elefante dibujadas sobre toda su superficie; son las primeras sandalias con distintivo de procedencia que se conocen, y van destinadas a los niños de nuestra urbe, para que se vayan acostumbrando a ser buenos soldados. Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola acumula ya más riquezas que el mismísimo emperador, y las administra con exquisito buen gusto; parece que este infatigable trabajador ha pospuesto por el momento sus planes de retirarse a Bitinia a cultivar sandías. Mientras su protegido Marcus siga triunfando allá por donde vaya, pocas ganas le van a quedar a este mercader de mercaderes de privarnos de su iluminadora presencia. De momento, las trompetas norteafricanas suenan fuertes, vaya que sí; el muchacho baila como un vendaval, y su caída de ojos hace gritar su nombre a miles de muchachas que esta vez salen ordenadamente del coliseo, no como cuando fue tanto su fervor que asaltaron un almacén de frutas y hortalizas en la creencia de que allí se escondía su ídolo; tal fue el caos, que todas las existencias del almacén quedaron destruidas, lo que dio lugar a una carestía de vegetales que desembocó en una epidemia de escorbuto. Todavía hoy podemos ver por la via Apia a quienes, trastornados por la enfermedad, se creen Rómulo y Remo y se abalanzan sobre las fuentes públicas creyendo que sus bocas son pezones de loba. Ellos no le deben nada a Marcus, pero nosotros, la Roma que sueña, la Roma que construye y que trabaja feliz, sí que le debemos mucho; no hay más que verlo con su túnica rosa pálido y su pelo cardado tres dedos para saber que es el chico más elegante que haya pisado la Urbe por lo menos desde los Gracos.  Terminado el recital, Marcus corre al camerino a atender a las beldades que le aclaman, mientras el resto regresa sonriente a la casa familiar, felices porque el juglar más ilustre del Imperio les haya dedicado una sonrisa que guardarán en su memoria hasta que sus novios o sus esposos vuelvan de guerrear en Persia y puedan ya entregarse a sus fantasías preferidas. Estas muchachas de la Urbe, radiantes y dichosas, saben que le deben a Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola buena parte de su felicidad, porque él les da los artistas que con su música les hacen ver lo bueno de la vida, porque él les da los ungüentos que hacen brillar sus virginales rostros, porque él les da las medicinas que hacen olvidar los tormentos. Pronto, Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola tendrá la potestad de nombrar emperador; yo, viejo poeta de la Urbe, os digo que Roma nunca habrá sido tan bella como ese día.

 

Aunque el texto no dice gran cosa sobre la ejecutoria musical de Marcus (sabemos, no obstante, que hacía mucho ruido, pues Marco Aurelio menciona en sus memorias que no le dejaba dormir con tanto elefante y tanta pandereta; después de esto, el emperador literato se pasó muchos años acusando temblores cada vez que veía a un libio o a un eleata, pues decía que Parménides era de Elea y que no podía soportar su idea acerca de la unicidad de todo lo existente, ya que sólo de pensar que él podía formar una unicidad con el tal Marcus se quería dejar matar por los helvecios), el de Juvenal es el único testimonio escrito conservado que se extiende más de veinticinco líneas acerca del cantante supuestamente libio. La naturaleza servil del texto, aparentemente impropia de un escritor satírico tan renombrado, se puede deber a que salió publicado en "garrulus romanus" (El charlatán romano), publicación dedicada a tratar sobre la vida social en la Urbe, o mejor dicho sobre la vida social en casa del yonqui patricio, que no era otro quien la financiaba; de ahí la descarada adulación de que éste es objeto por parte de Juvenal. "garrulus romanus"  se fijaba en las paredes, como los "dazibaos" chinos, ya que la imprenta era aún desconocida; por desgracia, ningún otro ejemplar de esta apasionante publicación se ha conservado para solaz de las generaciones venideras. Lo que se sabe con certeza es que "garrulus romanus" no cubrió las expectativas, pues Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola no consiguió nombrar emperador a su cuñado a pesar de que éste era el más conocido tratante de criaturas de raza bovina de toda Dalmacia.

Marcus triunfó en toda regla el año 125 d.C, y en otoño desapareció hasta la primavera siguiente, y luego en 126 d.C. volvió a triunfar, y también en 127 d.C. y 128 d.C. Curiosamente, a medida que iban pasando los años el público seguía aparentado no darse cuenta de que el chulopiscinas supuestamente tripolitano por excelencia era en teoría un año mayor que el verano anterior. Como Peter Pan, Marcus vivía varado en una pubertad sin solución ni retorno; cada año, Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola sembraba el rumor de que el querubín norteafricano (de pacotilla) residía en un escondite pensado para que los novios de sus seguidoras no pudieran localizarlo al volver del servicio militar; de modo inexplicable, estas habladurías excitaban aún más a sus ardientes defensoras, que cada vez que aparecía en público pugnaban por arrancarle la piel, las uñas, la nariz y todo lo que le sobresaliera. Pero a pesar de los desvelos del yonqui patricio para que se le viera como nuevo cada verano, Marcus ya no era la novedad, y no podía durar; el progresivo deterioro mental de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, derivado del uso más que intensivo del "punctum" y de su costumbre de tragarse orugas vivas para "limpiar su cuerpo", minó su en otro tiempo infalible sentido de la estrategia comercial, lo que resultó en algunas sonoras pifias, como cuando en abril del 129 presentó a Marcus desnudo y embadurnado de pastel de crema ante sus admiradoras, con el resultado, según las crónicas de la época, de 32 muertos y 147 heridos. El emperador Adriano prohibió entonces las actuaciones de Marcus por un periodo de nueve meses, alegando que el cantante pretendidamente de Leptis Magna era "un peligro para el Estado romano, porque si como parece probable acabamos todos perdiendo el sentido del oído por culpa de las aberraciones musicales del intérprete extranjero conocido como Marcus, el pueblo romano no podrá oír los discursos del emperador, las legiones de Roma no podrán oír las órdenes de sus generales, y nuestro Estado, otrora fuerte, se derrumbará al no poder las órdenes ser transmitidas, ya que la mayoría de los que mandamos no sabemos escribir". Lo que era más grave para el yonqui patricio, el emperador prohibió también la interpretación o ejecución pública de cualquier canción que alguna vez hubiera sido entonada por Marcus; ese año, treinta y siete personas fueron sorprendidas tarareando el "numquam videre puella pulchriora quam tu" y otras setenta y cuatro recitando la letra, y todas ellas acabaron en el circo como gladiadores. La vigorosa política anti-Marcus de Adriano puso en serias dificultades a Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, viéndose éste obligado a intentar popularizar la canción del verano prevista para aquel año, "superbus quod sensibilis" (Dominante pero sensible), silbándola en sus célebres fiestas. Con todo, algo consiguió, pues en agosto de aquel año unos veinticinco grupos musicales incluían la canción, conveniente modificada para escapar de la censura de las autoridades, en sus repertorios, aunque sonaba a poco comparado con los trescientos grupos que un año antes interpretaban "concubiti tu et ego in naves Carontibus".

En febrero de 130 vencía la prohibición de actuar impuesta por el emperador a Marcus, pero ello no mejoraba las perspectivas comerciales de éste ni consiguientemente las del yonqui patricio, que se veía en la tesitura de vender una vez más un producto ya desde hacía años obsoleto. Justo a tiempo le vino a Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola la siguiente de sus ideas geniales: reflotar a Marcus introduciendo clones suyos entre los que crear un clima artificial de competencia y pugilato (teoría de la elección controlada, consistente en ofrecer varios productos diferentes entre sí ocultando que todos ellos pertenecen al mismo dueño; se trata de un método muy seguido hoy día, en especial por los fabricantes de detergente, de automóviles y las multinacionales del disco y el cine). Se dividía entonces el mercado, pero éste seguía estando en manos de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, que podía aprovechar su crecimiento para construirse siete nuevas mansiones en Dalmacia y seguir dándole al "punctum" que da gusto unos cuantos añitos más. Dicho y hecho: aquella primavera surgieron Punitor Puellam ("el castigador de muchachas", variante brutal de Marcus sólo posible en aquellos tiempos en que ni el cristianismo ni la corrección política habían dejado aún marcada su huella en la historia), Puer Narcoticus (especie de versión sedante de Marcus, que ahora llamaríamos "chill-out"), Horacio Mario Agripa (pensado como un Frank Sinatra de la época, con impostada voz de barítono y  más que probable popularidad entre las madres y abuelas) y  Publius (réplica exacta de Marcus, sólo que tres meses más joven según la publicidad del "yonqui patricio"). A cada uno de los cuatro se le asignó un equipo de compositores (en el caso de Publius se dedicaban a remozar las canciones otrora popularizadas por Marcus de forma que parecieran nuevas) que trabajaban en unas condiciones que hacían buenas las que hubo de sufrir Cayo Plinio Taciturno; los veintisiete músicos al servicio de Puer Narcoticus debían compartir una monda de manzana al día, y los veintitrés adolescentes de entre trece y dieciséis años encargados de componer melodías para Horacio Mario Agripa vivían de una especie de mosto espumoso de color marrón oscuro del que nadie supo nunca explicar su procedencia o composición. Las consecuencias no se hicieron esperar; tres meses después había habido quince suicidios, veintisiete muertes por inanición, cuatro por ingestión de papiro y tres por ingestión de tinta entre el equipo de compositores, que quedó al final reducido a dos personas de las setenta y nueve que lo formaban inicialmente, pues el resto de los supervivientes perdieron la vista, el oído o ambos sentidos. Los agresivos métodos de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola para conjurar la inspiración de sus empleados  le iban a dejar sin músicos algún día, pero en aquel momento el patrón se frotaba las manos, pues la hambruna infligida a sus compositores le había proporcionado repertorio para quince temporadas veraniegas.

Como estaba previsto, la expectación comenzó a crecer en Roma; por fin la canción del verano podía no ser interpretada por Marcus. De hecho, Publius le presentó batalla con el tema "nunc ego video puella pulchriora quam tu: tu", que a muchos romanos le sonaba además vagamente familiar. Enfrente, Marcus, que se había cambiado el flequillo y teñido de pelirrojo,  salía a la palestra con "inmuto vulto meo pro te", según las crónicas de la época dotada de un ritmo más bailable. Era previsible que la refriega no iba a tener cuartel; ya en mayo, Publius llamó "irrumator" a Marcus y provocó a un soldado recién llegado de la Germania para que le soltara una leche por haber excitado sexualmente a su novia en su ausencia, lo cual éste hizo encantado, faltando poco para que además lo atravesara con su lanza; poco después Marcus contraatacó llamando "plagiator" a Publius y tratando de pintarle con brocha gorda la letra del "numquam videre puella pulchriora quam tu" sobre su túnica recién salida del tinte. Punitor Puellam entró en la trifulca afirmando que él, no Marcus ni Publius ni Puer Narcoticus, era el único que cumplía lo que prometía y trató de demostrarlo rompiendo el himen de dieciséis vírgenes en un acto celebrado en pleno Foro; la acción mereció la repulsa de todos los romanos con dos dedos de frente, pero al mismo tiempo mereció el aplauso de los animales de bellota, que para el yonqui patricio eran un mercado muy apetecible. Punitor Puellam prosiguió su cruzada contra todo y contra todos, excepto contra los que pagaran por ir a sus conciertos, golpeando a Marcus con un puerro solidificado en la frente, "para que se quite ya de en medio o le arranco la piel con un jabalí amaestrado"; los toscos modales de Punitor Puellam prendieron en un amplio sector de la población masculina, que en buena parte soñaba con poder mostrar autoridad y dominio con tanta suficiencia como lo hacía su ídolo. Entretanto, Horacio Mario Agripa acusó a Puer Narcoticus de ser un impío y un desleal por no estar dispuesto a morir por la patria en Persia y dejarle el campo libre; aunque Puer Narcoticus había terminado ya el servicio militar y Horacio Mario Agripa no, nadie hubiera podido adivinar este detalle toda vez que Horacio Mario Agripa parecía el padre de Puer Narcoticus. Éste, impávido, contraatacó destinando a sus contendientes la siguiente pulla: " Tres de ellos hacen música para bailar separados y uno hace música para bailar agarrados, pero yo soy el único que hago música para lo que realmente importa". Este ofensivo comentario motivó que los mencionados casi se pusieran de acuerdo para tratar de ahogarle haciéndole tragar cuarenta y siete cebollas crudas una tras otra, pero, enfrentados a sangre y fuego como estaban, estuvieron a pique de matarse entre ellos cuando se reunieron para decidir cómo matar al otro. El fiero encono entre los contendientes por el cetro de intérprete de la canción del verano degeneró en una animosidad aún mayor entre sus seguidoras, que formaron bandas y se dedicaron a insultarse, agredirse, vejarse, apuñalarse y aniquilarse entre sí, dejando las calles de Roma teñidas de sangre los cuatro o cinco años siguientes.

Ni que decir tiene que la salvaje competencia entre los artistas del yonqui patricio era totalmente artificial y había sido ideada, estructurada y pautada al milímetro por éste para aumentar el morbo y la expectación entre la iletrada población romana; como resultado, ríos de sestercios saltaban el foso de la mansión de un "detriticus patritium" al que el "punctum" había vuelto cada vez más falto de escrúpulos. Sin inmutarse ante los miles de muertos jóvenes y no tan jóvenes causados por sus estrategias comerciales, Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola pasó esos años dedicándose a cultivar una imagen de mecenas, amante de los niños y protector de la educación y la cultura, amén de acérrimo imperialista romano (porque las guerras despojaban Roma de su población masculina y le permitían canalizar los impulsos sexuales insatisfechos de las romanas hacia el pago de entradas por ver a sus artistas).  Sin embargo, no abandonó del todo su imagen de crápula, entonces más cercana a la realidad que nunca, pues esta fama de libertino le había granjeado la admiración del pueblo. Con este bagaje, Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola dedicó aquellos años a conspirar contra el emperador Adriano para lograr una administración más favorable a sus instintos depredadores.

 

 

 

Inscripción en el frontispicio del monumento funerario a Caracalla, recordando a quien fue el artista favorito de su madre

En 135 d.C., Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola considera que la carrera musical romana de Marcus está agotada y decide promocionarlo en las provincias del imperio, dejando la urbe para el resto de sus protegidos, que para entonces aún seguían enzarzados en bárbara batalla. De este modo, Marcus es enviado a Fenicia, entonces un destino vacacional muy importante para los ciudadanos de la urbe, que además contaba con una población local cuyo alto nivel de vida hacía saltar chispas en los ojos del yonqui patricio cuando consideraba la extraordinaria facilidad con que les iba a sacar los cuartos.  En Fenicia, Marcus no es promocionado como cantante norteafricano, sino como cantante romano; el ya ajado intérprete de "numquam videre puella pulchriora quam tu" se mete en el bolsillo al público de la zona al interpretar una canción en la lengua local. Dicha canción fue el éxito de aquel verano en Fenicia; aunque era una mala y apresurada traducción de la que en esos momentos popularizaba Publius en la urbe (que, sin embargo, no fue la canción del verano ese año, pues el gato al agua se lo llevó un niño de seis años, también "invención" del yonqui patricio,  que se hacía llamar Parvus Antonius, con el tema "non sum quoque parvum pro nihil" (No soy demasiado pequeño para nada)), las adolescentes locales acogieron calurosamente aquel gesto del chico romano con el que todas habían soñado alguna vez y Marcus se convirtió en un ídolo en Fenicia, algo en principio nada difícil, pues era el primer romano que prestaba algo de atención a aquella tierra desde que tres siglos atrás la República se fijó en ella para someter a sus habitantes. Por esa misma época debió de tener lugar la actuación de Marcus ante las tropas romanas en lucha contra los partos sasánidas, en la cual, según se cuenta, los soldados se cobraron todas juntas las llantinas que sus parejas habían dedicado al inalcanzable Marcus; dicen casi todos los eruditos de la época que documentaron el suceso que al ínclito vocalista mauritano "le pegaron una máscara que reproducía las facciones de un pato" a la cara. La expresión utilizada por los más de estos sabios, ("vultum suum substituerunt", literalmente "sustituyeron su rostro") induce a pensar que la máscara fue fijada usando algún tipo de engrudo indespegable en aquel tiempo, llegándose entonces a la conclusión de que o bien Marcus desarrolló el resto de su carrera musical presentándose ante el público con el rostro de un pato, o bien la carrera musical de Marcus finalizó de manera abrupta tras este incidente, hipótesis desde luego mucho más plausible. Pues ni una cosa ni la otra; dos años después hallamos a Marcus en Grecia intentando ganarse a los supuestos descendientes de Tucídides, Anaximandro y Sófocles; se ignora si lo consiguió o no, pues ni en las crónicas atenienses ni en las de Constantinopla u otras ciudades se hace la menor mención al muchacho. Bien puede ser que Marcus fuera ninguneado por los sofisticados moradores de Atenas la bella o su hedonismo y frivolidad despreciados por los austeros espartanos o los curtidos campesinos del Epiro, pero se considera más probable la hipótesis de que el éxito de Marcus allí fuese tan abrumador que los más inteligentes de entre los griegos, sonrojados, decidieran preservar el buen nombre de la cultura que había visto nacer a Protágoras, Diógenes y Heráclito no incluyendo en su historia oficial el triunfo de un consumado soplagaitas como Marcus en la tierra que una vez holló Aristóteles. Sea como fuere, en 142 d.C. Marcus volvió a Roma tras una breve estancia en la Galia y en Hispania, en donde fue atacado con ratas amaestradas y una de sus bailarinas sustituida por una réplica a escala 1:10.000 de un acueducto cuando él no veía. Sin tiempo de haberse repuesto de estos lamentables incidentes, Marcus tuvo entonces que adaptarse a una Urbe que había cambiado mucho desde aquellos tiempos heroicos en que las mozuelas, emocionadas, se rendían a sus pies.

Una noche de junio de 142 d.C, Marcus se reunió con Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola en la más suntuosa de sus villas, dotada con una piscina que más parecía un lago artificial y a la que el yonqui patricio llamaba cariñosamente "la laguna Estigia", en recuerdo a los centenares de personas tragadas por sus aguas cuando en estado de semiinconsciencia estupefaciente intentaban recordar quiénes eran, de dónde venían, por qué estaban allí y en qué posición había que situar los brazos para practicar el noble arte de la natación. En el encuentro estuvieron presentes unas 35 personas, lo que el yonqui patricio entendía como una reunión "íntima". Ese día, Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola explicó a Marcus que con casi veinte años de carrera musical a sus espaldas ya no podía resultar creíble como quinceañero, ni siquiera como veinteañero. Se dice que el intérprete mauritano lloró amargamente al conocer que ni siquiera él podía quedar al margen de las implacables leyes de la biología; el yonqui patricio, empero, nunca fue dado a sentimentalismos, excepto cuando, tras unas horas de no haber utilizado el "punctum", sentía que este le llamaba. En todo caso, el yonqui patricio nunca fue dado a sentimentalismos no yonquis, de manera que, impasible el ademán, refirió a Marcus que sus competidores del año 134 habían fallecido todos (incluyendo el niño cantor Parvus Antonius) en diversos linchamientos, peleas y  ajustes de cuentas, y que ahora las canciones del verano las cantaban en Roma sus bailarinas, pues él había descubierto que las artistas femeninas atraían a público de los dos sexos, ya que las mujeres tendían a imitarlas y los hombres no. Ante tan sombrío panorama, a Marcus no le quedaba otra alternativa que presentarse como intérprete ya maduro, presto a ofrecer sensaciones de paz y sosiego a parejas ya casadas cuyo miembro femenino en otro tiempo hubiese chillado por él. Afortunadamente para Marcus y desgraciadamente para los escasos compatriotas suyos que aún conservaran el gusto musical después de la contumaz ofensiva contra el sentido del oído emprendida por el yonqui patricio con el solo objetivo del tiburoneo montaraz y el engorde crematístico más allá de toda medida, había una plaza para el que fuera mozo predilecto de las adolescentes capitalinas dos décadas atrás, y ésta era la de juglar del poder. Dicho puesto, en principio, estaba reservado para Horacio Mario Agripa, que a buen seguro lo hubiera ocupado gustoso de no haber sido manteado y sumergido en el alcantarillado municipal un lustro atrás por seguidoras de Punitor Puellam armadas hasta los dientes. El joven Horacio Mario, caído por el lucro del inventor del "punctum", no pudo ver entonces cómo éste se reconciliaba con el poder, encarnado en el nuevo emperador, Antonino Pío, que había sucedido a Adriano en 138 d.C.; Antonino, aún verde como emperador y todavía vulnerable a una posible intervención de los pretorianos, no quiso seguir enemistado con los poderes fácticos y en 139 d.C. firmó un acuerdo de cooperación con el yonqui patricio, que concedió no provocar revueltas e insurrecciones contra el poder político a cambio de que se derribaran ocho barrios de las afueras de Roma habitados por población extranjera de modo que en los solares de cuatro de ellos pudiera "detriticus patritium" construir su mausoleo, y en los otros cuatro, terceras viviendas para la nueva clase mercantil romana. Para Marcus, esta era la oportunidad de su vida; por fin iban a construirse estatuas suyas que además durasen. No podía desaprovecharla, y en verdad la aprovechó todo lo que un besugo como él podía aprovecharla.

Así pues, ese verano Marcus ya no compitió por interpretar la melodía más tarareada por los romanos en las playas, prefiriendo empezar el invierno siguiente con el tema "uxorem meam tu es" (Eres mi esposa),  sutil reconstrucción de una de sus melodías de juventud, en esta ocasión con una orquesta sensiblemente menos bullanguera y una vocalización harto pomposa que hoy día lo condenaría probablemente a cantar en cruceros u orquestas rurales. Ausente la competencia, la Roma oficial quedó encantada con la transformación de Marcus en rapsoda de sus grandes gestas, como Elvis Presley cantando al presidente Nixon pero con un repertorio bastante más explícito; al parecer, los senadores se contorsionaban de gusto al oír las escabrosas historias sobre masacres de panonios, dacios y sármatas ("con el vientre destrozado y la lengua seccionada retorcíase un helvecio bajo una bota romana") que Marcus desgranaba con grandilocuente impostación que le sirviese para disfrazar su sempiterna escasez de talento vocal. Sus melodías patrióticas eran interpretadas por bandas militares en todos los puntos del Imperio donde hubiera legiones, amén de usadas para confundir y dispersar al enemigo, que en más de un caso (tómese como ejemplo a los bretones, los tracios y los longobardos) firmó armisticios desastrosos para ellos mismos con tal de no aguantar más las degeneradas tonadillas marciales compuestas por individuos hoy comprensiblemente anónimos a mayor gloria del que fuera ídolo de las jovencitas romanas de la década de los veinte del segundo siglo. Incluso pudo Marcus volver a actuar ante las tropas imperiales, en este caso las destacadas en Dacia, muy apreciadas en Roma por su nulo respeto a los derechos del hombre que no es ciudadano. El maduro juglar escapó bastante bien de la encerrona, pues los legionarios únicamente lo rociaron con mermelada de naranja y le azuzaron a los perros del campamento. Curado por los mejores médicos que el dinero del yonqui patricio podía pagar, Marcus pudo de momento volver a Roma y seguir a trancas y barrancas con la nueva dirección de su carrera, pero entonces empezó a pasarle factura la nueva dirección que él había decidido tomar respecto a los estupefacientes, básicamente idéntica a la que su mentor Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola había siempre preconizado, que como es sabido consistía en introducir sin más en el cuerpo humano toda sustancia susceptible de alterar la percepción y la conciencia aunque fuera en lo más mínimo, ya se tratase de harina de centeno, ya se tratase de materiales de construcción triturados (que el yonqui patricio esnifaba), ya se tratase de testículos de elefante secados al sol, ya se tratase de lo que fuera. A sus más de cincuenta y cinco años, el cuerpo de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola estaba ya tan habituado a la ingesta y fusión de sustancias dopantes que se decía en Roma que para estar todavía vivo tenía que ser inmortal (de hecho, el propio yonqui patricio llegó a pagar a sacerdotes a fin de que hicieran ver al Senado la conveniencia de crear un nuevo dios a su imagen y semejanza). El caso de Marcus, sin embargo, era distinto, pues su metabolismo era el de una persona normal, no el de un depravado como Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, al que hasta el cuerpo se le había vuelto ajeno a cualquier clase de principios; en consecuencia, pronto se le hinchó la barriga, comenzó a relinchar como un caballo, se colocó flores en el pelo y comenzó a hablar en caldeo a las visitas. Al principio nadie notó su paulatina metamorfosis en monumento funerario fenicio con sobrepeso, especialmente porque sus canciones solían estar siempre tan mal entonadas que hacerlo incluso un poco peor no suponía ninguna diferencia. Pero cuando Marcus, ya celebérrima encarnación bípeda del afán conquistador e imperialista de la Urbe, empezó a interpretar sus temas en persa macarrónico porque al parecer se le olvidaba el latín en escena (téngase en cuenta que no era su lengua materna) las luces de alarma se encendieron y varios senadores quisieron reclutarlo allí mismo y enviarlo a Germania como material de construcción para las fortificaciones del limes. Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola era sin embargo un pez demasiado gordo como para llevarle la contraria como si tal cosa, y todo quedó en un toque de atención que Antonino Pío le transmitió de la siguiente manera: "Amigo Quinto, ¿no cree que Marcus está acumulando demasiadas grasas en la zona del bajo vientre?", si hemos de creer a Marco Aurelio y Lucano.

No se sabe demasiado acerca de lo que ocurrió inmediatamente después de que los prebostes del régimen hicieran esa seria advertencia al yonqui patricio, pero la trifulca entre el envejecido Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, con pocas ganas de recibir guerra en el crepúsculo de sus días, y el crecido Marcus, ansioso de encontrar algo a lo que atizar en el mediodía de sus días drogadictos, debió ser de las que dejan el por otra parte patético enfrentamiento entre Octavio y Marco Antonio al nivel de una pelea de jubilados tras un incidente de petanca. Un rumor transmitido de padres a hijos desde tiempos inmemoriales afirma que Marcus le partió una farola en la cabeza a su antiguo mentor después de una acalorada conversación telefónica; aunque no pocos historiadores se empeñan en conceder credibilidad a esa habladuría basándose en que en 1913 Sigmund Freud la avaló como "muy probable si tenemos en cuenta que tanto uno como otro se encontraban todavía en la fase oral", el que suscribe considera más convincente la refutación de dicha hipótesis que A.J. Hutton y B.S. Nielsen, dos catedráticos de Oxford, publicaron en 1949, basada como es sabido en el hecho de que la luz eléctrica y el teléfono son inventos posteriores al siglo XVII. Se conserva una hoja del año 934 copiada por el abate Celedonio "el que de tan Frugal pone en peligro su sistema nervioso" , erudito de Franconia llamado así por basar su alimentación en el serrín que caía del extremo superior de un caballete carcomido, donde se afirma que "Marcus (...) se refería siempre en público a Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola como "irrumator maximus"; de hecho, la única frase en latín que pronunció en dos años fue "Quintus Tiburtius Mamertius Agrícola irrumator maximus", así, tal cual, omitiendo el verbo, de tal manera que una vez que le preguntaron qué le apetecía de comer (...) Marcus respondió con el consabido latiguillo; el hecho fue muy comentado en Roma, tanto que poco después tres señoras con hijas crecederas ofrecieron a Marcus una uña de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola preparada con "garum" y sesos de buey (...). En otra ocasión, preguntado sobre su opinión sobre la controversia entre Demócrito, Anaximandro y Anaxímenes acerca del elemento básico que forma el universo, Marcus respondió asimismo "Quintus Tiburtius Mamertius Agrícola irrumator maximus", lo que fue interpretado como una visión sumamente escéptica del devenir cosmológico, algo así como el desencanto de Heráclito unido al inmovilismo de Parménides, visión atribuida a los avatares de una existencia normalmente imposible de entender sin la alargada sombra del pagano y gentil Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola siempre oscureciéndole, que a Marcus, esa pobre alma sin dios (...), le había llevado a creer en la presencia del susodicho Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola (...) como elemento atómico de todas las criaturas divinas". Hemos suprimido algunos fragmentos del texto del abate Celedonio que nos demuestran a las claras que la Edad Media no fue precisamente benévola con el yonqui patricio. Según otras fuentes, Marcus, cuando no hablaba en latín (es decir, casi siempre), se dirigía a sus interlocutores pretendidamente en arameo, indoeuropeo primitivo y dálmata, pero cuando se encontraba con hablantes nativos de dichas lenguas, éstos no le entendían, ganándose Marcus el calificativo de "obscurus" (el oscuro) que antes que él recibiera Heráclito.

 

 

Aunque parezca mentira, el de arriba del todo, según unánime acuerdo de historiadores y arqueólogos, no es otro que nuestro Marcus de toda la vida; el por qué alguien se molestó en construirle este arco de triunfo que aún hoy afea la localidad francesa de Arles es uno de los enigmas que este artículo intenta aclarar.

Más tarde se descubrió que contra lo que las cándidas almas del siglo II, aún vírgenes de mercadotecnia, pudieran suponer, Marcus no había ofendido a los dioses, que es como llamaban entonces a lo que ahora definimos como volverse loco. Algo debía de haber aprendido el patriótico intérprete de su jefe e inventor del "punctum", pues sus extravagantes actuaciones correspondían a un plan prefijado que se inspiraba en el repertorio de ciertos espacios escénicos relativamente pequeños de la capital romana. Allí solían presentarse obras teatrales y musicales desconocidas para el gran público y  consideradas por delante de su época en cuanto a planteamiento y ejecución; la historia no nos ha dejado el nombre de sus autores, nunca agraciados con el éxito masivo y por lo tanto obviados por una posteridad como de costumbre escrita por los vencedores. Sin embargo, en aquel entonces estos artistas disfrutaban de la fidelidad de una audiencia pequeña aunque entregada, que no mudaba al toque de cornetín de las modas como sí ocurría con las parroquias de los autores más populares. Por otro lado, ya desde por lo menos cincuenta años atrás era Roma lo que hoy llamaríamos una ciudad multiétnica, pues gentes venidas de todo el imperio luchaban denodadamente por ganarse el pan en sus abigarradas calles y en el interior de las mansiones de sus amos; según Marcial, en 126 d.C. Roma recibía trabajadores de más de cincuenta nacionalidades distintas, lo que ya había provocado tensiones entre la población nativa, siempre presta a atribuir a los llamados "esclavos" (pues la mayoría de los romanos de nacimiento creían que un esclavo extranjero, aun liberado, nunca se despojaba de su primitiva condición) los problemas de inseguridad ciudadana, deterioro urbano y desempleo que aquejaban a la urbe de manera crónica. A los ciudadanos de Roma les pasaba entonces inadvertida la existencia de una vivísima escena artística inmigrante en la capital, con decenas de conciertos al aire libre y representaciones teatrales en lenguas distintas del latín, de las que los más audaces y políglotas creadores de la urbe extraían ideas para renovar la por otra parte anquilosada y estanca cultura oficial sin reconocer en lo más mínimo a las fuentes de inspiración,  al fin y al cabo extranjeros despreciables que nunca llegarían a ser dignos de lamer la sandalia a un ciudadano romano.  Eso mismo pensaba Marcus,  aunque sin llegar a la xenofobia de Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, de quien se suele citar la frase "quien no haya nacido en esta maravillosa ciudad de Roma sólo vale para que yo me haga rico a su costa", por supuesto pronunciada cuando el yonqui patricio ya se había creado una biografía "oficial" que le presentaba como romano de seis generaciones. Marcus, por el contrario, mantuvo en sus últimos años de carrera una postura "progresista" al respecto, ya que no sólo era partidario de afanarles los sestercios a los foráneos sino también de apropiarse de sus creaciones. De ahí que en su etapa "alternativa" interpretase temas con textos en caldeo, anatolio, bitinio, escita o indoeuropeo primitivo, evitando como la peste el latín y también el griego en un pueril intento de que nadie le entendiese, lo que según sus cálculos aumentaría su prestigio artístico y por tanto su éxito comercial. Lo que Marcus y sus voceros y propagandistas llamaban "arriesgada etapa creativa" no entrañaba en realidad el más mínimo riesgo comercial, que era lo único que importaba para el del pelo cardado de oro y la lamentable voz, pues el otrora intérprete de sueños legionarios de muerte y destrucción usaba siempre de composiciones que previamente hubieran sido un éxito clamoroso en alguna remota zona del Imperio.

Marcus se abstuvo por algunos años de entrar en una guerra abierta con su antiguo protector Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, aunque a veces recordaba en público viejas noches de farra y acusaba a su en otro tiempo mecenas (entonces ya un deplorable carcamal babeante que daba o quitaba la canción del verano a sus bailarinas según sus habilidades para hacer felaciones con dentadura postiza) de ser un "irrumator maximus" por no haber sido demasiado pródigo en la administración del "punctum" cuando él se lo pedía en concepto de lo que hoy llamamos royalties. Marcus no se recataba ahora en admitir su adicción al contenido de las cajas con la efigie de Helena de Troya que llegaban de China, e incluso hacía gala de ello y la calificaba como "loción mística que me conecta con el dios Saturno y sus cuatro lunas". Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, por otra parte, no tenía en principio especial interés en entrar en polémica con su no demasiado aventajado alumno, pues para empezar no entendía nunca nada de lo que éste decía, porque jamás hablaba en latín como no fuera para espetar "irrumator maximus", "pedicator" y "furcifer" (insultos ampliamente conocidos en todo el imperio) a su interlocutor, y por otra parte el yonqui patricio y su pupilo renegado no competían en el mismo segmento de mercado. Hay quien dice que la súbita transformación de Marcus en rebelde sin causa pluriétnico fue instigada por el propio "detriticus patritium", que había obligado a su protegido a abominar de él en público por pura decencia intelectual fingida, imprescindible para el papel que ahora le tocaba representar. Es cierto que toda explicación basada en cálculos mercantiles apunta resueltamente en esa dirección, pues Marcus se ganó en sus últimos años de carrera un público que quizá nunca hubiera antes escuchado música, al menos música romana; el perfil de sus seguidores postreros se asemejaba en la mayoría de los casos al de alguien que habiendo escuchado toda su vida a Marcus estuviera ya hasta los cojones de Marcus y de toda su familia. Eso se llama habilidad comercial.  

Así siguieron las cosas, con Marcus instalado en una cómoda madurez contestataria animada por sus esporádicas salidas de pata de banco; en una ocasión llegó a afirmar

que las cucarachas estaban por encima de las legiones romanas una vez muertos en combate los legionarios, lo cual era técnicamente cierto, pero le hubiera costado la la vesícula biliar, la lengua, el fémur y el resto de los órganos de su cuerpo de no ser porque tuvo la sensatez de decirlo en persa, de forma que la colonia de aquella nacionalidad establecida en la urbe celebrara su ocurrencia y pasara por caja, y el resto no se enterase: se ve que más de veinte años junto al máximo manipulador de cerebros, conciencias y carteras del Imperio todo habían curtido y curado de espantos morales al que una vez fue un chaval. En 149 d.C., después de haber proclamado en cuatrocientas veintisiete ocasiones que "como romano estaba por el respeto a todas las culturas que en el crisol de razas que es nuestro imperio se funden" y ganarse con ello el sambenito de primer cantante políticamente correcto de la historia, Marcus se definió a sí mismo como "catalizador de la energía toda que baja de las más altas montañas de la Urbe a través del sol, de las lluvia y de las estrellas" (en serio que dijo eso), y por si fuera poco declamó acto seguido en lengua bretona un poema particularmente infumable acerca del asunto; por suerte para el recuerdo que Marcus dejó en los que le conocieron, los romanos no fueron tan cretinos de hacerle caso y su autoinstitucionalización como dios-sol pasó ampliamente desapercibida.

Una vez sisado con metódica desvergüenza el capital de muchos romanos que lo necesitaban más que él, Marcus no tenía por qué arriesgar aquel botín tan ladinamente conseguido a lo largo de años de contumaz negativa a realizar el más mínimo esfuerzo; no obstante, lo hizo. De forma sorpresiva, Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, que entonces tenía 67 años, reapareció en escena afirmando que la nueva óptica de Marcus había cambiado su vida y que a partir de entonces se iba a dedicar a promover la amistad entre los pueblos que habitaban el inmenso imperio. También declaró que a partir de aquel momento no iba a pronunciar una palabra más en latín, idioma que calificó de "sobada jerga imperialista". Ante las atónitas masas que previo reparto de empanadas habían copado el Coliseo, el yonqui patricio sacó a la palestra a un traductor e inició una inflamada arenga en supuesto etrusco mientras en el graderío sus empleados repartían bollos de leche al perplejo público con el fin de que éste no tuviera tiempo de plantearse qué tenía de malo hablar en la lengua materna de la mayoría de los allí presentes. No obstante, en el entanto otros empleados del plutócrata se presentaban como de costumbre a cobrar desorbitadas y confiscatorias rentas por la residencia en cuchitriles más exiguos que un hormiguero, y lo hacían en latín, por supuesto, en un latín emitido, o quizá sea mejor decir espetado, con marcial arrogancia, como si allí también se estuviera librando la guerra contra los persas. Por lo tanto, la súbita pose multiétnica del yonqui patricio, que parecía que se hubiera acordado en el último momento de que la sustancia que le daba la vida no procedía de Roma ni era fabricada por latinoparlantes, pareció a los que opinaron de ella de una falsedad indiscutible y de una bajeza impresentable. El "prestigio" de Marcus quedó naturalmente tocado por este asunto, pues "detriticus patritium" acababa de mostrarse como su imagen en el espejo; para responder a esta afrenta, presumiblemente intencionada, a Marcus no se le ocurrió otra cosa que desafiar a su antaño manipulador a un combate en el Coliseo con besugos del Tirreno como única arma permitida, prometiendo no volver a cantar en público hasta que le venciera. Restos arqueológicos recientemente desenterrados en las cercanías de Agrigento por un equipo de investigadores de la Universidad de East Anglia dirigidos por el doctor P. Jenkins han permitido establecer que estos duelos con besugos eran moneda corriente en los tres primeros siglos de la era cristiana, a pesar de que hace apenas un siglo la opinión de casi todos los estudiosos era exactamente la contraria; el insigne arqueólogo alemán Schliemann, descubridor de Pompeya, resumió el consenso de la época cuando escribió  que "los que aún se empeñan en sostener que los duelos con besugos eran frecuentes son ellos mismos unos besugos y necesitarían que un ictiólogo estudiara las dimensiones de sus cráneos para que la comunidad (Gemeinschaft) del pueblo (Volk) supiera que además son criminales", en un texto que atestigua la influencia que llegaron a ejercer en el siglo XIX ciertas teorías científicas hoy felizmente periclitadas. Volviendo a los duelos con besugos, el catedrático emérito de Bristol doctor Lester Pilkington, director de tesis del arriba mencionado doctor Jenkins, ya apuntó en 1957 que "los peces en general, y los besugos en particular, se preferían a otros animales para dirimir las disputas porque, habiendo sido Roma una civilización en conjunto alejada del mar, todo lo que de él provenía acostumbraba a percibirse como rodeado de un cierto halo mitológico; aunque ahora parezca difícil de imaginar, para el romano de a pie los dioses estaban más presentes en las branquias de una sardina que en el propio Senado. Sobre los besugos, puede afirmarse que su prestigio sobre los demás peces se debe a la leyenda que afirma que en las postrimerías de la Segunda Guerra Púnica los comandantes de la armada romana se encomendaron a la protección de un besugo horas antes de derrotar a una flota cartaginesa muy superior en número".

El definitivo y crucial enfrentamiento en el que el yonqui patricio y su franquicia más conocida iban a ventilar sus diferencias blandiendo sendos besugos tuvo dos vencedores: los contendientes, que se repartieron como los buenos hermanos que nunca habían sido unos beneficios que, según tronaba con santa ira el monje irlandés Sisebuto de Limerick en 947 d.C., "hasta a Nuestro Señor Jesucristo le hubieran convencido para abandonar al mismo Dios Padre y ponerse del lado de Poncio Pilato". Sobre el ganador oficial de la justa no existe consenso en las crónicas de la época; unos dicen que ganó Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, pues ya tenía buena mano con los pescados y con los dioses desde los comienzos de su carrera como usurero, y otros contraargumentan que Marcus llevaba aquel día una gorra de payaso muy llamativa y hablaba el caldeo como nunca. Sea como fuere, los dos vividores en aquel entonces más famosos de Roma repitieron el espectáculo al menos cuatro veces más, con resultados que se han perdido en la noche de los tiempos pero en que su momento debieron causar el regocijo y la hilaridad de todos los romanos con sentido del humor. También se sabe que Marcus no consideró necesario volver a entonar una nota, mientras el yonqui patricio sí consideró pertinente seguir absorbiendo el plasma y la hemoglobina de sus conciudadanos.

 

 

Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola cercana ya  la vejez (bajorrelieve conservado en las ruinas de Leptis Magna, finales del siglo II d.C. )

 

Marcus murió en el año 162 d.C. aplastado por miles de cartas de fans que guardaba en un desván de su mansión junto al Coliseo;  llevado al parecer por la galopante megalomanía que desde siempre aquejó a los prohombres romanos y a quienes trataban de situarse por encima de ellos, quiso rememorar cuán poderoso era y cuantas mozuelas le habían amado (y cuántas le amaban todavía, sobre todo si podían seguir amándole después de muerto). Según se cuenta, Marcus había guardado todas las misivas recibidas desde el principio de su carrera en aquel desván, aunque por una vez había sido consciente de sus limitaciones (era analfabeto) y  no había intentado siquiera leerlas. El caso de Marcus, prematuramente fallecido por causa de su propia vanidad y presunción, debería servir de espejo expiatorio a las nuevas generaciones, a quienes este luctuoso suceso puede muy bien servir de ejemplo del triste fin que espera a los egoístas y orgullosos. Por desgracia, no será muy útil para tal función, pues las nuevas generaciones saben muy bien que es más probable morir por dejarse encendida una estufa de gas en un piso polinganero que expirar sepultado por una avalancha de cartas de fans cuando uno es rico y famoso. "Y aun así, ¡que me quiten lo bailao!", exclamaría más de uno, obviando que Marcus, si le quitaran lo bailado, se quedaría con las manos vacías, pues poco más hizo a lo largo de su existencia.

Por lo que se refiere al otro protagonista de nuestra historia, las informaciones sobre su final son contradictorias y fragmentarias; parece que Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, que vivió siempre al límite y ante los ojos de todos y padeció el síndrome de abstinencia más popular de Roma, se evaporó a la hora de morir y poco después cayó sobre la urbe en forma de lluvia de barro. No se trata sólo de una metáfora; el historiador del siglo III Casio Léntulo Jocoso afirmó que tal fue la manera en el yonqui patricio dejó este mundo. Algunos dicen que murió a los sesenta y nueve años cuando se introdujo el " punctum" en el propio cerebro a través de los lóbulos luego usados por el profesor (por llamarlo de alguna manera) Egas Moniz para la cruel práctica de la lobotomía. Otros mantienen que el yonqui patricio se manchó la cara con los sesos de una cucaracha que sus esclavos estaban preparando viva según una receta sármata; no pudiéndose quitar la mancha por métodos corrientes, recurrió a desollarse con mala suerte que se desangró y los criados jugaron luego al voleibol con su cabeza. No pocos, en cambio, mantienen que Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola falleció sepultado, como Marcus, un día en que, borracho y quién sabe cuántas cosas más, se equivocó de camino de vuelta a casa y acabó entrando en una de las viviendas para plebeyos que se había hecho famoso por construir, la cual se desmoronó en aquel preciso instante, convirtiéndose en temprana sepultura para su promotor. Otros sitúan este incidente en la propia mansión del yonqui patricio, levantada deprisa y corriendo para impresionar a sus conciudadanos. Aún los hay que defienden que Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola dejó este mundo a los noventa y siete años, siendo literalmente el dueño de Roma; cuando no le quedaba ya nada más que comprar y poseer, el anciano "detiticus patritium" dejó que se le congelara el pie derecho y pasó a mejor vida debido al consecuente fallo de órganos internos. Por último, están los que afirman que sigue vivo y actualmente reside en Lubbock, Texas, donde ejerce de consejero del vidrioso magnate conocido como Roy Estrada, mientras que un grupo menos numeroso lo sitúa en la Patagonia; el catedrático de Formas de Vida Bimilenarias de la Universidad de California-Los Ángeles, Dylan Schwarzbraunistdiehaselnuss, casi un gurú en Rusia e Israel, no alberga la menor duda de que "detriticus patritium" pulula hoy en día por el Mato Grosso ni de que el mundo se creó en siete días. Según el abate Celedonio "el que de tan Frugal pone en peligro su sistema nervioso", no era en modo alguno infrecuente durante el Bajo Imperio que individuos endemoniados se creyeran el yonqui patricio y proclamaran a los cuatro vientos su supuesta identidad; el último falso Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola de que se tiene noticia vivió en la actual Bélgica a mediados del siglo VII y acostumbraba a sortear uñas artificiales de obsidiana entre los lugareños que le compraran boletos a un precio siempre superior a las cuatro cabezas de ganado.

A modo de epílogo cabe señalar que en el vertiginoso y sofisticado mundo de los negocios contemporáneos, con sus opciones sobre acciones, su índice de precios al consumo, su EBITDA, su outsourcing y sus técnicas de optimización fiscal, la deshonestidad de rateros del tres al cuarto como Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola y su descendiente bastardo llamado Marcus no sería de ningún modo tolerada; hoy en día existe un concepto de la ética y la honradez en los negocios que impediría cualquier tentativa de repetir semejantes comportamientos. Lo mismo cabe decir de los turbios cambalaches y tejemanejes que unían a la clase política con el mundo de los negocios en siniestra comunión de intereses frente a los anhelos del pueblo llano; hoy en día, felizmente, esa concomitancia entre lo público y lo privado está totalmente superada y es la transparencia el elemento que caracteriza las relaciones entre compañías mercantiles y servidores públicos,  relaciones que se mantienen con luz y taquígrafos y ante los ojos de todos los ciudadanos, por lo menos aquí en Islandia, donde, como somos 250.000, se conoce todo el mundo, y si alguien se va de la lengua en dos días se ha enterado todo el país. Tampoco es de esperar que en estos tiempos de abrumador bombardeo informativo del que nace una cultura de masas refinada y complejísima, que bebe de miles de fuentes y de cientos de movimientos culturales y estéticos, artefactos mercantiles tan simples en su concepción y diseño como Marcus, que no tenía otra cosa que ofrecer aparte de las cuatro canciones pegadizas de siempre;  la imagen de un cantante latino contemporáneo es el resultado de miles de instantáneas con diferentes cámaras y objetivos y de semanas de experimentación en laboratorios infográficos donde se prueban diferentes distribuciones de luz e intensidades de contraste, se corrigen imperfecciones y se estudian fondos y localizaciones que puedan resaltar los aspectos sobre los que se quiere hacer hincapié. Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola, por muy astuto que pudiera parecer a los ojos de sus contemporáneos, ni siquiera fue capaz de imaginar las posibilidades que brindan las actuales técnicas de retoque fotográfico a la hora de promocionar a un cantante latino; tampoco las necesitaba, ya que a los consumidores de entonces bastaba con ofrecerles cinco o seis tonadillas machaconas para que se lanzaran sobre ellas y sobre su intérprete como un lagarto sobre una mosca; ahora, con un consumidor mucho más crítico y mejor informado, la música ya no basta, y es necesario afinar más en los contenidos interactivos y vender pósters de mejor calidad, impresos si es posible en papel reciclado, y donde el cantante latino de turno aparezca con una barba de tres días mejor cuidada que las de sus competidores (si es macho) o con un maquillaje de pestañas que resalte más el azul de sus ojos que el de sus antagonistas (si es hembra). En resumidas cuentas: ya no vale todo, y los creadores de música han tenido que ir desarrollando estrategias cada vez más elaboradas para hacer llegar su producto a los oyentes, pero en el principio de la historia de la música se hallan sin lugar a dudas dos romanos degenerados pero geniales, deshonestos y creativos, que entendieron antes que nadie que la música había que escucharla siempre de fondo mientras se hacía otra cosa. Como  otros individuos irrepetibles que en el pasado cambiaron nuestra manera de ver la historia, Marcus y Quinto Tiburcio Mamercio Agrícola podrían hacer suya la misma famosa frase que figurará como epitafio del conocido teólogo animal polaco Mariusz Kostakowicz el día en que éste fallezca: "Antes de mí, la nada. Después de mí, el caos".