"Cómo pueden seguir diciendo que no hay nada nuevo bajo el sol cuando el humo que expulsa por el tubo de escape una furgoneta Renault 4 matrícula SA-6766-D es nuevo y distinto cada día a medida que la corrosión afecta a las puertas del vehículo". Tan actual como el primer día resuena en nuestros oídos este lema, que hizo populares a los Pelotillas del Pie y les ha permitido seguir adelante hasta llegar al momento presente en que continúan hiperactivos, maquinando nuevos planes con los que el próximo año 2005 anonadar a propios y extraños, lo cual conseguirán a buen seguro gracias a su infinita capacidad de reinvención, que contrasta dolorosamente con la cotidiana realidad de tantos grupos y solistas que sin haber grabado más de dos discos andan ya repitiéndose más que el ajo. Tal es el talento de Pelotillas del Pie para regenerarse y dejar con tres palmos de narices a quienes les creían finiquitados que estos conquenses universales se las han arreglado para seguir adelante a pesar de que todos los integrantes de la formación original han abandonado el grupo sin ser sustituidos por nuevos miembros. Las nuevas tecnologías han facilitado tal proeza, que en todo caso no hubiera entrado en los anales de no ser por la extrema meticulosidad y dedicación a su labor creativa de todos los componentes de Pelotillas del Pie, empezando por su cantante, Ernesto Valdeaceite "El Nasal", quien a lo largo de cinco años grabó con calidad digital todas sus conversaciones; según los que conocen bien al grupo, lo realmente duro fue el principio, pues "hasta que construyó un estudio en el sótano de su casa, Ernesto se tenía que ir a grabar su voz al País Vasco, que es donde Pelotillas del Pie registraban sus discos; la imposibilidad de emprender tan largo viaje cada vez que necesitaba comunicarse, pues el estudio distaba 497 kilómetros de su domicilio en Cuenca, le obligaba a aprovechar al máximo las horas de grabación que podía pagar, registrando entonces compulsivamente aquellos sonidos que era más probable que necesitase emitir. Mas con ello Ernesto no conseguía resolver del todo su problema, ya que en la comunicación cotidiana siempre surgían frases que él no había previsto, tales como "Pásame la sal" o "Mari Ángeles, ten cuidado de no pisarle el rabo al gato cuando vuelvas de comprar en el Mercadona", construcciones verbales que le forzaban a regresar precipitadamente a Euskadi cada vez que aparecían. Ernesto era un hombre nuevo cuando por fin terminaron las obras del estudio casero, y es fácil comprender por qué".
Sin embargo, el objetivo de Pelotillas del Pie era tan ambicioso que acabaron por superar dificultades menores como ésta amén de otras de más calado; prevaleció la cohesión interna del grupo en torno a su propósito de reproducir con la mayor fidelidad posible el musical austriaco de los años setenta "Es posible que la obra de Marx hubiera sido significativamente distinta de no haber influido el enorme complejo que sufría por no poder quitarse las pelotillas del pie ni siquiera cuando se duchaba con agua caliente", el cual, como se recordará, obtuvo el refrendo unánime de la crítica y del público por su acierto al retratar a la juventud de finales de los setenta. Es por ello que en sus comienzos, a mediados de los noventa, Pelotillas del Pie empezaron a vestirse y comportarse como si vivieran en 1978; lo extremadamente metódico de los componentes del grupo quedó de manifiesto también en esta costumbre, llevada tan a rajatabla que diariamente se desayunaban con los periódicos de la época, sólo reconocían a Adolfo Suárez como presidente del gobierno, bebían Mirindas y Trinaranjus, militaban en la ORT, se filmaban entre ellos con cámaras de Super 8 y cuando iban al cine exigían que les fueran proyectadas películas clasificadas S ante el estupor del taquillero, que no entendía de qué cojones le estaban hablando. Les hubiera facilitado las cosas el uso del vídeo, pero los Pelotillas del Pie no admitían la existencia de este aparato, como tampoco la del disco compacto, los autobuses con aire acondicionado, los parques eólicos o el ordenador personal. Ni que decir tiene que mecanografiaban sus letras con máquina de escribir Hispano Olivetti, en lo cual no todos estaban de acuerdo, pues el bajista Emiliano Sagardoy Cabrerizo "El Peripatético" aludía constantemente al prohibitivo importe de dichos artilugios recalcando que "más de mil duros cuestan las joías".
Los difíciles comienzos de Pelotillas del Pie; de izquierda a derecha, Julián Altolaguirre "El Cuerdo", vibrafonista y oboísta; Juan José Martínez Carrizosa "El Tragicómico", bandurria; Ernesto Valdeaceite "El Nasal", vocalista; Eduardo Valiente "El Celiaco", guitarra y pandereta; Emiliano Sagardoy Cabrerizo "El Peripatético", bajo, y Eulalio Fuentes Cabrera "El Suspicaz", percusiones acrobáticas y aparatología.
Con el correr de los tiempos, los miembros de Pelotillas del Pie, sin renunciar a su insistencia en atrasar el reloj diecisiete años, decidieron plantearse objetivos más ambiciosos, tales como abandonar el grupo; ante un desafío de tan colosales dimensiones, que hubiera hecho encogerse de miedo a bandas de proverbial fiereza en escena y fuera de ella, los componentes de Pelotillas del Pie podían haber dado un paso atrás y hacer lo que todo el mundo esperaba de ellos, pero ninguno se amilanó, permitiendo la cohesión interna del sexteto que todos ellos salieran airosos del trance, si bien Juan José Martínez Carrizosa "El Tragicómico", famoso por interpretar a la bandurria unas polifonías que no se las saltaba un galgo, sufrió mayores dificultades para abandonar el grupo sin comprometer la supervivencia de éste, ya que fue el último en salir de Pelotillas del Pie.
Poco se sabe en la actualidad (para ellos 1987) del ulterior destino de estos seis muchachos, si bien alguno de ellos ha sido visto en manifestaciones estudiantiles unipersonales, portando lemas relativos a la política educativa del gobierno socialista y destrozando a golpes de muleta ortopédica una cabina de teléfonos cubierta que encontró en un museo. Otros de los que antaño figuraron en Pelotillas del Pie han tenido más éxito en su integración en la sociedad, ya que se les vio acudiendo a manifestaciones contra la guerra de Irak con pancartas que decían "OTAN no, bases fuera".
El último proyecto de Pelotillas del Pie, dos años posterior a la salida de la banda de todos sus componentes, es su "Estudio crítico de Dos Pistolas Para Un Manco, de Søren Kierkegaard", cuyos textos íntegros incluimos a continuación:
1.La
granja de Niels el Cejijunto.
Obra
inusual en la trayectoria de Søren Kierkegaard (1813-1855) como lo hubiera sido
en la trayectoria de cualquier otro filósofo, Två Pistoler frå en handlose
(“Dos Pistolas Para un Manco”), publicada en Copenhague en 1849, es el
primer (y último, porque no le salió muy bien) intento datado de dar a conocer
al gran público una escuela filosófica considerada en general abstrusa sirviéndose
para ello de un género literario popular en la época. En la década de los
cuarenta del siglo XIX, las novelas del Oeste hacían furor en Europa central y
los países nórdicos; sólo en Estocolmo en 1848 fueron publicados 2.712 títulos
diferentes conteniendo la palabra “sheriff”, lo cual representó el 93% de
la producción editorial sueca de aquel año. No es de extrañar entonces que
Kierkegaard, con la urgencia de lograr un éxito editorial aunque fuera relativo
para enjugar las cuantiosas deudas contraídas en su periodo disoluto, eligiera
este género para ilustrar a sus hasta entonces remisos compatriotas acerca de
la enfermedad mortal de la desesperación, pues no podía haber mejor forma de
convencer al público de hasta qué punto era mortal dicha enfermedad que
mediante la socorrida comparación con el certero impacto de una bala disparada
desde un Colt 45 por el pistolero más rápido de la ciudad.
Por
variopintas razones que analizaremos en el siguiente epígrafe y que en
cualquier caso contribuyeron al estrepitoso fracaso comercial de su obra,
Kierkegaard emplazó “Dos Pistolas Para Un Manco” en Copenhague en lugar de
hacerlo en lo que comúnmente se denomina Oeste americano; de ahí que el
pistolero más rápido de la ciudad fuera un hombretón rubicundo de nariz
ganchuda llamado Jens el Feróstico (todos los personajes tienen nombres
inventados según el patrón de un nombre danés al que le sigue un apodo basado
en un defecto físico, lo que en su momento pareció a Kierkegaard una gran
innovación; en cambio, el público lo encontró tan ridículo que un individuo
llamado Knut Andersen siguió a Kierkegaard día y noche durante tres años
mientras se descojonaba de él y lo llamaba zopenco y tarugo). Este Jens el Feróstico
era uno de los mejores hombres de Niels el Cejijunto, el opulento ranchero que
controlaba casi la totalidad de Copenhague; sólo el pastor protestante de la
ciudad, Hans el del Alzacuellos, podía a veces ejercer sobre el Cejijunto una
influencia similar. Mientras que Hans el del Alzacuellos se hallaba en el
estadio ético, pues procuraba mantener una imagen intachable de cara a la
feligresía y que nadie supiera nada de su afición a rellenar ruedas de carro
con hígado de murciélago que previamente había matado con sus propias manos,
Jens el Feróstico habitaba de lleno en el estadio estético, ya que con toda
justicia era considerado en todo Copenhague un impresentable y un cantamañanas,
aunque nadie osaba llamarle así fuera de la intimidad de su hogar, pues la
rapidez de Jens El Feróstico con el revólver y su carácter en extremo
quisquilloso y susceptible le convertían en un personaje digno de temer; se
contaba por los saloons que una vez Jens el Feróstico había vaciado su
cargador en menos de un segundo sobre el dueño de uno de estos
establecimientos, un honesto hostelero y tirador más que notable que no había
hecho más que servirle una cerveza en vaso en vez de en copa. Este patibulario
personaje dirigía una banda de salteadores de caminos que sembraban el terror
por las calles de Copenhague, a cuyo servicio estaban también el alcalde, Olaf
el Tísico, y el sheriff, Erik el del Meñique Emberrechinado; como todo el
mundo sabe, la cooperación entre los fuera de la ley y los encargados de
protegerla es un elemento narrativo recurrente en las novelas que Kierkegaard
quería imitar, no atreviéndose el filósofo danés a desarrollar una historia
de pistoleros tan original que careciera de dicho elemento. Representante del
poder absoluto contra el que Kierkegaard exigía al individuo que actuara, el
personaje de Niels el Cejijunto, al que nadie excepto la familia real danesa,
sus dos lugartenientes y el protagonista Søren el Manco habían visto en
persona, adquiría por tanto dimensiones míticas en el polvoriento y nevado
Copenhague de pesadilla que Kierkegaard se imaginó. De hecho, el programa
inconfesado del alcalde Olaf el Tísico incluía la extensión de los dominios
de Niels el Cejijunto a toda la ciudad, y si era posible a toda Dinamarca y
parte de Suecia; en realidad, nadie sabía donde empezaba su granja y dónde
acababa, aunque hacia el final de la novela se conoce que su centro neurálgico
está en una extensión desértica justo en la linde de Copenhague y Horsholm,
resguardada de las posibles incursiones de extraños por las manadas de búfalos,
bisontes y caballos salvajes típicas del lugar. La dificultad de inventariar la
extensión de las propiedades de Niels el Cejijunto se justificaba por el hecho
de que día tras día calles enteras pasaban a formar parte de las tierras del
ominoso oligarca sin que los propietarios de las casas allí enclavadas supieran
nada de ello hasta que recibían la visita de Jens el Feróstico y sus
pistoleros, que allí mismo, al modo de los asustaviejas de Cádiz, ejecutaban
el cambio de propiedad ejecutando al propietario en cuestión. Los vecinos,
influidos por una mitología bíblica de la que luego hablaremos, llamaban a
estas expediciones de saqueo “la llegada de los asirios”, aunque poco tenían
de mesopotámicos los pistoleros de Jens el Feróstico, pues todos ellos vestían
sombreros Stetson, camisas de leñador, cinturones con hebillas de gran tamaño
y botas rancheras.
En
este sombrío estado de cosas, un hombre valiente, un Caballero de la Fe, se ha
de levantar, venciendo toda su desesperación, para enfrentarse al tirano: Søren
el Manco, un habitante de Copenhague como otro cualquiera salvo en el hecho de
que no hace ni puto caso a sus familiares y amigos, lo que llegado el momento le
facilita el tránsito del estadio ético al estadio religioso.
Søren el Manco, como el mismo Kierkegaard, intenta parecerse al Abraham
del Génesis, pero no consigue que se le aparezca Dios en sueños y en cambio
anda perseguido día y noche por los pistoleros de Jens el Feróstico desde que
un día viera la cara de Niels el Cejijunto y se diera cuenta de que carecía
absolutamente de frente, de modo que las cejas se le juntaban con el pelo de la
cabeza. Pero Søren el Manco no es hombre que se arredre ante los contratiempos;
ya de adolescente hubo de ganarse su apodo liquidando de un tiro al otro manco
que había en Copenhague, quien pretendía llamarse Jeppe el Manco, aunque a última
hora intentó un acuerdo con Søren el Manco y le propuso llamarse Jeppe el que
Tiene Que Utilizar los Pies Para Rascarse las Narices; arguyendo que se prestaba
a confusión, Søren el Manco desenfundó y le disparó a quemarropa, quedando
el conflicto solventado a la manera de Copenhague. Mucho le facilitó las cosas
la indefensión de su contrincante, que no podía agarrar pistola alguna en
tanto que Søren el Manco había desarrollado una técnica para sostener con los
dientes las dos armas que solía llevar cargadas y apretar el gatillo con la
lengua. Al tiempo que un hombre de acción, Søren el Manco era un filósofo que
solía armarse anímicamente para afrontar los desafíos que le planteaba un
Copenhague sin ley induciéndose crisis religiosas y superándolas poco a poco;
experto conocedor de la Biblia como todos sus conciudadanos, Søren el Manco
cree que Dios avalará un acto de rebeldía contra los poderes establecidos
(verbigracia Niels el Cejijunto) si todos hacen como él y se pitorrean del
alcalde Olaf el Tísico cada vez que éste se tiña de rubio las canas; el día
en que ello suceda, las pulgas amaestradas del alcalde se amotinarán y
encasquillarán las pistolas de Jens el Feróstico y sus bandidos, y esa será
la señal que Dios espera para conceder a los habitantes de Copenhague el
control sobre su propio destino.
2.Las
pulgas amaestradas del alcalde Olaf el Tísico, y otros puntos clave.
Probablemente una de las claves necesarias para la adecuada lectura y asimilación de “Dos Pistolas Para Un Manco” sea el entendimiento de su condición de no-novela del Oeste, o de novela del Oeste atípica, realidad que surge con fuerza a partir de la ambientación de la trama en Copenhague; si al menos Kierkegaard se hubiera preocupado de situarla en el desierto de Almería, el ulterior desarrollo de “Dos Pistolas Para Un Manco” hubiera tomado derroteros completamente divergentes respecto de los hoy conocidos, prefigurando el género cinematográfico que hoy conocemos como “spaghetti western”. Sin embargo, Kierkegaard antepuso el planteamiento de los dilemas capitales en su teoría ética y filosófica a cualquier otra consideración, debiéndole parecer Almería una localización inadecuada para una obra de tan hondas raíces luteranas. Hay que tener en cuenta que Kierkegaard no conocía Almería y sólo había oído nombrar el Oeste americano en circunstancias para él luctuosas, pues una prima segunda suya emigró a América del Norte y se casó allí con un trampero de Wisconsin, cuyo origen sueco le llevaba a contar chistes de daneses cada dos por tres; con la autoestima por los suelos, la prima segunda de Kierkegaard acabó dejando que su esposo la confundiera con un castor, no sirviendo para nada las misivas que Kierkegaard le enviaba contándole que dios no entendía de nacionalidades, pues él se había ido a Berlín y estaba muy a gusto allí; el complejo estilo del filósofo, trufado de alusiones a la desesperación, no debió de ayudar a que su prima lo comprendiera, aunque las continuas referencias a los temas centrales de la cosmogonía kierkegaardiana hayan contribuido a elevar el precio de subasta pública de las cartas.
Forzado entonces por su inflexible autoexigencia a escribir una novela del Oeste ambientada en Copenhague (si bien es verdad que esta ciudad se enclava al oeste de algunos lugares, por ejemplo Estonia y Letonia, también es cierto que su estructura social no tiene muchos puntos en común con la de un poblado del desierto de Arizona), Kierkegaard hace de la necesidad virtud y escribe una novela del Oeste que transcurre en Copenhague. Como no podía ser de otra forma, se trata de un Copenhague onírico absolutamente distinto del Copenhague real, pues en su centro urbano jamás ha habido duelos de pistoleros a caballo, como tampoco había ranchos en sus alrededores ni buscadores de oro en sus montañas (por no haber, ni siquiera había montañas, pues Dinamarca es casi totalmente llana). Consciente de que la visión de un Copenhague inserto en el Far West podía resultar demasiado chocante a los posibles lectores, dificultando de esta manera el entendimiento de la trama, Kierkegaard optó por acentuar hasta la exageración las similitudes en aquella época existentes entre Copenhague y las Montañas Rocosas; por ejemplo, la devoción bíblica de sus moradores, que Kierkegaard lleva en este caso a unos extremos paroxísticos sólo comparables a su propia obsesión por el texto sagrado. Todos los personajes de “Dos Pistolas Para Un Manco” se dedican a quemarse los ojos estudiando la biblia, repiten sin venir a cuento pasajes del citado libro y se dedican de forma obsesiva a intentar parecerse a rebuscadas figuras del antiguo testamento, de la misma manera que Kierkegaard intentaba parecerse a Abraham, pretensión frustrada finalmente por su fallecimiento sin descendencia. Una buena muestra de la confusión que ello provoca la encontramos en la página 56, en la que Holger el Cuellicorto, cuyo objetivo en la vida es ser un sosias de Gersón, consejero del rey David que aparece brevemente en el Cantar de los Cantares, se pelea con Thorvald el de la Cabeza Encima de los Hombros porque cree que éste ha echado a perder todos sus naranjos y olivos enterrando junto a ellos los casquillos de su revólver, recubiertos por bosta de caballo. El diálogo que estos dos personajes mantienen en dicha página y en la siguiente es lo suficientemente ilustrativo al respecto:
Holger
el Cuellicorto: ¡¡ Caiga sobre ti y sobre todos tus descendientes
la maldición de Yahvé, oh impío, pues tú has hecho que se sequen mis
naranjos y olivos, que en esta época hubieran dado fruto si a dios pluguiese!!
Dejad que los niños se acerquen a mí.
Thorvald
el de la Cabeza Encima de los Hombros: Holger,
tengo para mí que me estás acusando con manifiesta injusticia, pues si tus
naranjos y olivos no han crecido es porque este año ha nevado mucho. Yo ni
siquiera he podido salir a recoger los dátiles que debiera haber producido mi
palmera, pues he querido agarrarlos y se me han congelado los dedos. ¡¡ Oh,
Yahvé nuestro, deja de castigar a tu pueblo arruinando sus cosechas con nieve y
hielo, pues hemos sido piadosos y dignos de ti, y quien no observó tus leyes ha
sido ahorcado al amanecer, como tú ordenaste!! ¡¡ Justos fuimos, y esta vez
no merecemos que nos invadan los asirios!! Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen.
A pesar de diálogos como éstos, la intención de Kierkegaard parecía ser no apartarse en demasía de la realidad cotidiana de sus conciudadanos, de tal manera que las parábolas por él planteadas fueran por primera vez asequibles a sus lectores. Este interés se hace patente por ejemplo en la introducción del personaje del alcalde Olaf el Tísico, trasunto del entonces alcalde de Copenhague, Olaf Pedersen; como el alcalde Olaf el Tísico en la ficción, Olaf Pedersen gustaba de enderezar reproducciones en cerámica de la torre de Pisa limándoles los bordes con un azucarillo solidificado, actividad en la que podía emplear horas, pues, según decía, “me pone enfermo que estos renacentistas de mierda estén siempre haciéndose los originales”. Aun cuando el alcalde Olaf Pedersen aborrecía en general a los italianos por ser unos renacentistas de mierda y estar siempre haciéndose los originales, existía un elemento de la cultura política de aquel país que él admiraba y como servidor público procuraba practicar siempre que podía: la corrupción. Ahí es donde Kierkegaard introduce las pulgas amaestradas del alcalde Olaf el Tísico como modo de hacer ver hasta qué punto les resultaba atorrante a los austeros daneses el extravagante comportamiento del edil. En concreto, a Kierkegaard le irritaba sobremanera el que Olaf Pedersen descuidase sus deberes como munícipe y pasase largas temporadas en Berlín disfrutando de los placeres y diversiones que la capital alemana podía brindar a un hombre de su posición económica; el que Olaf Pedersen se alojara siempre en casa de Kierkegaard y desayunara, almorzara y cenara a su costa cada vez que se desplazaba a la metrópoli prusiana no contribuía precisamente a mejorar la percepción que el autor de “O lo uno, o lo otro” tenía del poco honesto alcalde. Como se ha dicho, esa sorda irritación era compartida por la inmensa mayoría de los ciudadanos de Copenhague, y potenciada además por el hecho de que éstos no se habían podido exiliar como Kierkegaard y tenían que soportar al alcalde en acción a pocos metros de sus domicilios, o incluso en el interior de sus domicilios si es que al munícipe le daba por ser invitado a comer: en “Dos Pistolas Para Un Manco”, un vecino, Mogens el Hipermétrope, aprovecha la sorpresiva visita de Olaf el Tísico para llevar a cabo un inesperado acto de rebeldía consistente en iniciar el sacrificio de un buey en honor del alcalde allí mismo, en el salón de su casa de madera, abandonando el ritual a medias con el pretexto de irse a buscar aguacates al huerto de su amigo Jonas el Macilento; el buey, malherido, se vuelve hacia el alcalde y concentra las pocas fuerzas que le quedan en atacarle, teniendo el tísico edil que salir por patas de la casa de Mogens el Hipermétrope y correr bastantes metros delante del bóvido entre las risotadas del pueblo de Copenhague hasta que los pistoleros de Niels el Cejijunto abaten a la res y a Thomas el de los Gemelos Fláccidos, que había destacado entre sus conciudadanos por la sonoridad de sus carcajadas. Sólo una inoportuna nevada puede impedir entonces que los habitantes de Copenhague, enfurecidos, linchen a su alcalde, pues la nieve les hace dirigirse a todos de inmediato a sus huertos al creer en peligro sus limoneros y sus plantaciones de caña de azúcar.
Muchos se preguntarán, como muchos se preguntaron entonces, cómo pudo aguantar tanto tiempo en el cargo el alcalde Olaf Pedersen a despecho de su persistente impopularidad. ¿Es que no había ningún hombre valiente, ningún Caballero de la Fe, ningún individuo que hubiera trascendido el estadio ético, que desafiara al venal forajido apoltronado en el gobierno municipal desde hacía ya décadas? El propio Kierkegaard dejó escrito: “Yo la verdad es que me presentaría; el sueldo es bueno y existen pluses de peligrosidad por si te apedrean, que aquí en Berlín no me los dan y siempre está uno expuesto a que algunos alumnos no muy convencidos de la idoneidad de mis clases me lo hagan saber usando adoquines de esos que están poniendo nuevos en Friedrichstrasse. Además, siempre me saldrá más barato invitarme a comer a mí mismo que invitar al tragaldabas ése, que me tiene la despensa más vacía que un aula de la facultad cuando da clases Hegel. Lo que pasa es que luego están las consecuencias...”. ¿A qué consecuencias se refería Kierkegaard? Lo que se sabe es que todos los posibles adversarios de Olaf Pedersen para el puesto de alcalde fallecieron en extrañas circunstancias; el más conocido de todos ellos, Eyvind Olsen, pasó a mejor vida en 1843 después de que se le enredara en el cuello una serpiente pitón salida de no se sabe dónde, pues en aquel entonces no existía parque zoológico en Copenhague. Más inexplicable aún resultó el deceso de Per Krongaard, sucesor de Olsen que cayó en 1847 por el hueco del montacargas de su domicilio a pesar de que en aquella fecha no se habían inventado todavía los ascensores y además su casa era de una planta, por lo que no se entendía muy bien para qué necesitaba un montacargas del que aún no existían ni los planos. Estos misteriosos óbitos inspiraron a Kierkegaard las pulgas amaestradas del alcalde Olaf el Tísico; como es sabido, cualquier conato de rebelión contra la figura y las políticas del manilargo alcalde era enfrentado por éste enviando a sus pulgas amaestradas, que se cebaban con los líderes opositores de forma que éstos se tuvieran que rascar continuamente de una manera muy cómica, quedando así desacreditados ante el pueblo de Copenhague. Asimismo, las pulgas amaestradas del alcalde Olaf el Tísico castigaban a los réprobos haciendo enfermar a sus reses y encasquillando sus pistolas; esto último llevaba a que les fuera prohibida la entrada en los saloons por motivos de seguridad, lo cual les impedía hacer campaña electoral.
3.
¿Quiso Kierkegaard, atenazado por las deudas, escribir una segunda parte donde
hubiese por fin un duelo a pistola entre Søren el Manco y Niels el Cejijunto,
lo cual aumentaría sin duda sus posibilidades de conseguir un éxito de ventas?
A pesar
de la confianza que Kierkegaard había depositado en el hipotético éxito
editorial de su novela, “Dos Pistolas Para Un Manco” se estrelló de manera
tan estrepitosa que sólo consiguió vender cinco ejemplares, aparte de los
enviados por su editor a los críticos, cuando sus anteriores obras promediaban
los siete ejemplares. Lo que es peor, el “todo Copenhague” se rió de él a
mandíbula batiente, llegando el eco de tal befa y escarnio a Berlín de la mano
del alcalde Olaf Pedersen, que, para más inri, se alojó en casa de Kierkegaard
también esta vez; el revuelo generado en la capital prusiana impidió para
siempre al filósofo danés ocupar la cátedra que creía merecer. De resultas
de ello, “Dos Pistolas Para Un Manco” fue borrado del catálogo oficial de
obras de Kierkegaard y celosamente ocultado por los albaceas y continuadores
académicos de la obra del filósofo de Copenhague. En los últimos tiempos, sin
embargo, este Kierkegaard populista y subterráneo ha sido reivindicado por
quienes no ven con malos ojos un acercamiento de la filosofía al hombre de la
calle, incluso cuando ello suponga el no poderse quitar de encima a individuos
tan lamentables como Gustavo Bueno y Fernando Savater. El doctor Anthony Storm
hijo, uno de los máximos especialistas internacionales en filosofía
kierkegaardiana, señala en su obra Unknown and Underrated Kierkegaard:
Through the looking-glass of fantasy, a better comprehension dos fragmentos
extraordinariamente significativos del pensar del hombre que nos ocupa:
En
la página 23 de “Dos Pistolas Para Un Manco”, el personaje de Lars el
Contrahecho, contable de Helsingør
emigrado a Copenhague para hacer fortuna (intención frustrada por su recurrente
astenia primaveral, que le podía dar hasta en otoño, y sobre todo por sus
ansias de asemejarse al profeta Nehemías) es increpado por su mujer, Inger la
del Labio Leporino, que mantiene frecuentes peleas con Lars el Contrahecho
debidas a que ella anhela parecerse a Betsabé, personaje secundario del libro
del Eclesiastés, lo cual no es muy del agrado de su cónyuge. Inger la del
Labio Leporino profiere entonces las siguientes palabras: “La muerte es como
la desesperación de no hallar el yo infinito, teniendo en cuenta que la
desesperación cae bajo el prisma de la dualidad entre finitud e infinitud, de
tal modo que si uno es demasiado infinito, entonces ya no es lo suficientemente
finito, y viceversa”, tras lo cual Lars el Contrahecho le espeta airado: “La
muerte tiene cosas buenas y cosas malas como todo el mundo”, en lo que
constituye uno de los más importantes pronunciamientos sobre el particular de
toda la filosofía decimonónica.
Ya
hacia al final de la obra, en la página 111, el protagonista Søren el Manco, héroe
trágico y Caballero de la Fe en quien Kierkegaard ha cifrado todas sus
esperanzas de redención de la humanidad, se dirige a la granja de Niels el
Cejijunto con intención de matar a los renos que tiran de su trineo; Søren el
Manco pretende lograr su objetivo blandiendo un cuchillo lapón, pues
previamente ha regalado sus dos pistolas a su amigo Jorgen el de la Calvicie
Asimétrica para que se defienda de las pulgas amaestradas del alcalde Olaf el Tísico,
que tienen atemorizada a toda la ciudad sin que el sheriff Erik el del Meñique
Emberrechinado, subrepticiamente conchabado con el munícipe como hemos visto,
mueva ni un dedo para evitarlo. Mas justo antes de llegar a la hacienda de Niels
el Cejijunto, Søren el Manco se cruza con Magnus el
Teratológico, que arrastra él mismo su trineo por la nevada carretera que
va a Hillerød a falta de renos que sirvan de tracción animal. Con sólo un
vistazo al rostro de Søren el Manco, desencajado porque la noche anterior había
tenido que pasar del estadio ético al estadio religioso en menos de treinta
minutos y sin disponer de licor de patata que le sirviera como lenitivo del
trance, entiende Magnus el Teratológico que aquél se dispone a hacer lo que va
a hacer, y mirándole fijamente a los dedos de los pies le dice: “Eso es como
tó”. Nadie parece tener ni la más remota idea acerca de dónde y en qué
circunstancias aprendió Kierkegaard semejante expresión, pero lo cierto es que
esa frase y la siguiente de Peter el Cojo de una Pierna los Miércoles y de la
Otra los Jueves (“Unas veces se gana y otras se pierde, unas veces se está
arriba y otras abajo”) han sido consideradas por los especialistas como pieza
clave de su teoría sobre el paso de un estadio a otro, pues son estas oportunas
intervenciones, acaecidas in extremis como la de Yahvé cuando Abraham va a
sacrificar a su hijo Isaac, las que a la postre hacen desistir a Søren el Manco
de su intención de apuñalar mortalmente a los renos de su cejijunto
antagonista.
¿Intuía
Kierkegaard que el tiempo acabaría haciendo justicia a su obra? Es una característica
común a la mayoría de los filósofos el pensar que no están escribiendo o
enseñando para sus contemporáneos, sino para aquellos que les han de suceder
en el devenir de los tiempos; está claro, por ejemplo, que cuando los
pensadores medievales y renacentistas se referían a la “lux aeterna”,
estaban hablando de la luz que proporcionaría un flexo en el momento en que se
descubriese la electricidad, pues muchos de ellos sufrían frecuentes
conjuntivitis debido a oscilaciones en la intensidad lumínica de las poco
fiables lámparas de aceite de la época. De la misma manera, Kierkegaard debió
de pensar que el mañana situaría a “Dos Pistolas Para Un Manco” a la
altura de “Temor y Temblor”, y que la gélida acogida sufrida por su primer
western se debía a un insuficiente entendimiento por su parte de las claves del
género. Existen escritos fechados en 1854 y atribuidos por no pocos expertos al
propio Kierkegaard que permiten establecer que un año antes de su muerte éste
se encontraba inmerso en la redacción de “Seis Pistolas, Un Solo Duelo; La
Venganza”, segunda parte de “Dos Pistolas Para Un Manco” que pensaba
publicar con seudónimo para distanciarla de la mala fama del título anterior,
el cual le impidió asimismo titular su obra “Dos Pistolas Para Un Manco 2; El
Duelo Decisivo” como él deseaba. La trama de “Seis Pistolas, Un Solo Duelo;
La Venganza” ya no se situaría en Copenhague, sino en el estado de Wyoming, a
donde habrían emigrado todos los habitantes de la capital danesa huyendo de la
jeta de cemento del alcalde Olaf el Tísico; significativamente, este personaje
desaparece de la narración, aunque no así Niels el Cejijunto ni Jens el Feróstico
y sus pistoleros, quienes emigran también a Wyoming al verse inopinadamente
desprovistos de víctimas propiciatorias a quienes extorsionar. Desaparecerían
también en esta segunda parte los largos discursos puestos en boca de los
personajes de “Dos Pistolas Para Un Manco” , reemplazados por el laconismo
normalmente asociado a la cultura del western. Sirva de muestra este diálogo
que Kierkegaard escribió a modo de ejemplo:
Mogens el
Hipermétrope: Tu
caballo me está llenando de polvo el vaso de zarzaparrilla, forastero. Creo que
te voy a pegar dos tiros.
Magnus el
Teratológico: Superación
de las dificultades mediante la desesperación. Insistes en llamarme
“forastero” cuando aquí todos somos de Copenhague; te advierto que me voy a
desesperar y voy a vaciar mi revólver en tu sesera.
La acción culminaría en un duelo a pistola entre Søren el Manco y Niels el Cejijunto; por exigencias comerciales, este último mordería el polvo, aunque Kierkegaard hubiese preferido que el duelo terminara en empate. En todo caso, la victoria final del Caballero de la Fe le servía para mostrar al mundo la posibilidad del triunfo de su pensamiento, que no traía un mensaje pesimista, sino de redención. Esa era al menos la intención de Kierkegaard, aunque al público le hubiese dado probablemente igual; salvo por lo que respecta a los círculos académicos más elevados, esta segunda parte de “Dos Pistolas Para Un Manco” hubiese sido juzgada exclusivamente por su parecido con el modelo de novela del Oeste que el público prefería, y ésa era la gran desgracia de Kierkegaard y el motivo por el que probablemente jamás hubiese conseguido pagar sus deudas aunque hubiese vivido treinta años más. Es de ahí de donde extraemos la principal lección que la atribulada vida de Kierkegaard nos enseña: que los bancos te dan un paraguas cuando hace sol y te lo quitan cuando llueve, y que si te abstienes de escribir novelas del Oeste nadie se descojonará de ti en tu puta cara durante tres años; probablemente se cansarán antes.
Esta obra magna de los Pelotillas del Pie ha sido compuesta para voz solista, acompañamiento energúmeno de revoltosos persistentes y generación de acontecimientos insospechados.
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