RADIOHEAD: OK COMPUTER
Volumen
recomendado: Variable, según Thom Yorke pase de criticar con fiereza al FMI a
narrar estremecedoras experiencias al borde del suicidio.
Momento
propicio: Sentados frente a la ventana en un día ora lluvioso, ora veraniego,
con ánimo de reflexionar sobre la dirección tomada por este nuestro mundo
mientras a nuestro alrededor siguen bajándose tonos de móviles y/o abotargándose
de tinto de verano en una terraza al ritmo de cancioncillas afrentosas al
intelecto que afortunadamente no pasarán a la historia.
Escépticos
por principio como somos ante el fenómeno indie, no parecía probable en 1997,
año en que Radiohead sacaban a la luz esta inesperada obra maestra que sus
anteriores discos no anticipaban en absoluto, que El Engendro llegase algún día
a catar “OK Computer” como se merecía, pelando la corteza britpop y
desnudando el carnoso fruto que este álbum guarda en
forma de lectura sociopolítica y obra que marca el signo de los tiempos.
Antes de ser tachados de prejuiciosos guardianes de la ortodoxia obrera y
anticomercial, conviene que los propensos a así motejarnos entiendan que el
estilo llamado indie no es otra cosa que un indefinido cajón de sastre donde
caben desde inanes cantos a la adolescencia oligofrénica hasta sesudas
aproximaciones al rock progresivo, unidos en un mismo saco por el hecho de que
sus oyentes son o han sido estudiantes universitarios. Dentro del submundo indie
se aloja el britpop, estilo que proviene, como su propio nombre indica, del
Reino Unido y que consiste a grandes rasgos en el reciclado del grupo musical más
rentable del país, los Beatles, en desvaídas copias con pretensiones de captar
el espíritu de los tiempos. En 1997, el espíritu de los tiempos no era muy
esperanzador que digamos; indie y britpop eran vocablos anglosajones casi sinónimos,
banderas portadas por cretinos más propensos a aparecer en revistas de moda que
en seminarios de filosofía, y además no existía aún el P2P, con lo que nos
veíamos abocados a desembolsar 18 euros (o que los desembolsaran nuestros
amigos) cada vez que queríamos un disco nuevo, y no era plan, la verdad. Fue
por todo ello que en su momento no apreciamos que Radiohead acababan de editar
uno de esos discos que describen una época.
En efecto; cuando los años pasen y el recuerdo de los tornadizos y volátiles años noventa se difumine en el tiempo, bueno será que los interesados en épocas remotas escuchen “OK Computer” y capten la atmósfera de seguridad uterina, basada en una tecnología supuestamente “verde” y “no agresiva” y en una humanidad pretendidamente formada en el uso responsable de la libertad bajo un sistema capitalista respetuoso de la libertad económica pero al mismo tiempo garante de la igualdad de oportunidades. Ese es el cuento. Miramos tras el telón, sin embargo, y vemos lo de siempre: el ciudadano Carrefour con una rutina perfectamente pautada, con sus elecciones y sentimientos salvajemente mutilados por la penetrante e invasiva mirada de rayos X del entorno, que le conmina a “no ser demasiado infantil” o a “sentir cariño, pero no estar enamorado” junto a los consabidos “los domingos, hipermercado de la carretera de circunvalación” o “un coche más seguro, el bebé sonriendo en el asiento trasero”, recitados con revelador acento norteamericano por un programa de ordenador en el tema “Fitter Happier”, corte no demasiado melódico, y por ende pasado por alto con bastante frecuencia, que es en realidad la piedra angular del álbum desde un punto de vista filosófico; no en vano está situado justo en la mitad del ciclo formado por las canciones de “OK Computer”, pues el disco empieza y termina hablando de los accidentes de automóvil. En el tema inicial, “Airbag” el narrador agradece que el airbag de su “veloz coche alemán” le haya salvado la vida, y en el final, “The Tourist”, lo encontramos suplicando lastimeramente a no se sabe quién que reduzca la velocidad. Mecida por una música de extraordinaria belleza y asombrosa concreción, la melancolía que impregna hasta el último segundo de “OK Computer” se funde con un hermoso mensaje que apela a la insurgencia desde la debilidad del ser humano; no piense nadie que estamos ante un disco deprimente, ni nihilista, porque esta obra maestra encuentra nuestra sensibilidad allí donde esté y nos recuerda que no somos máquinas neutras capaces de cariño pero incapaces de amor. “Sigo olvidando el alimento de la mañana, el olor del cálido aire del verano; vivo en una ciudad donde nada huele”, enuncia Thom Yorke antes de proclamar su tristeza por no encontrar quien comprenda su gusto por los placeres cotidianos, tranquilos, lentos, que no cuestan dinero. Pero El Engendro sí que lo comprende, y desde estas páginas se suma a este documentado alegato contra la velocidad y el plástico. Pues nosotros también queremos vivir en ciudades que huelan a algo, y ser felices a fuer de humanos, no a fuer de productivos.
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