Volumen
recomendado: Sin llegar a atronar, sí debe escucharse con nitidez, de tal modo
que sea percibida la torturada voz de Roger Waters desgranando lo que no es
tanto su autobiografía como la de todos nosotros.
Momento
propicio: Como acompañante de las soledades tan habituales en tiempos de tanta
prisa.
Siendo
así que El Engendro suele recoger en esta sección reseñas de música por lo
general escamoteada al gran público, no sometida por las emisoras de radio al
refrendo del oyente atento ni interpretada nunca en grandes estadios, antes
compuesta en la intimidad de un cuartucho para ser entendida y disfrutada por
otros (pocos) afines en la intimidad de cuartuchos distantes físicamente aunque
próximos ideológicamente, puede sorprender que brindemos una de nuestras páginas
a un álbum que sólo en Estados Unidos ha despachado veintitrés millones de
ejemplares, siendo el tercero más vendido nunca allí, por detrás sólo de
abominables abortos de Michael Jackson y los Eagles. Mas, precisamente por esa
misma razón, muchos de los que usan El Engendro con propósitos distintos de
abanicarse o pintar paredes estarían tentados de pasarlo por alto, ya que ¿por
qué escuchar “The Wall” de Pink Floyd con la cantidad de discos que salen
ahora? ¿Por qué concederle siquiera un minuto, si ya se ha soportado el
consabido “Another Brick in the Wall”?
Pues El Engendro piensa que hay que escuchar con atención “The Wall” porque, lejos de todo esnobismo, sabemos reconocer una buena obra musical cuando nos la ponen delante; ya que de sobra hemos demostrado que no nos amilanamos ante lo raro y escaso, no tenemos por qué negar nuestra alabanza a lo que todo el mundo conoce, incluso aunque lo más usual es que la calidad vaya en proporción inversa a la popularidad. Con el corazón en un puño escuchamos la historia de un ser humano, bautizado Pink Floyd (aunque bien pudieran haberlo llamado Roger Waters, como el autor de esta obra autobiográfica) que ha alcanzado el éxito como cantante de rock, mas no está preparado para asumirlo a causa de toda una serie de experiencias traumáticas vividas en su infancia y juventud; la indiferencia de su entorno a los sufrimientos del joven Pink le acaba abocando a una crisis de la que intenta salir con palos de ciego diversos (sexo camionero e intrascendente, súbitas e inmotivadas descargas de ira y destrucción, ataques de egolatría fascistoide, ansias de refugiarse en la estabilidad veteada de miedo que representa la figura materna, reproches a su padre por haber muerto en la II Guerra Mundial antes de su nacimiento); vanas son estas desesperadas tentativas de huida, pues Pink languidece en una estremecedora soledad rodeada de gente sólo comparable a la de los mendigos neoyorquinos. Mientras tanto, a su alrededor los promotores de conciertos conspiran para aprovecharse de él, interesados sólo en que el show se celebre, no importa cómo, no importa por qué.
Obra desolada y desoladora donde las haya, los lamentos escuchados en “The Wall” inventarian todos los matices de la angustia humana; tampoco tienen desperdicio las críticas al sistema educativo (de eso habla el ínclito “Another Brick in the Wall”) como fábrica de individuos sin iniciativa ni personalidad, o “Waiting for the Worms”, inquietante visión del fascismo siempre oculto en las clases medias. En suma, un demoledor manifiesto político cuya capacidad de crear interrogantes no debe ser rechazada.
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