ween: the mollusk
Volumen
recomendado: Es éste un disco de matices, así que no muy bajo.
Momento
propicio: Cuando se desee gozar del humor escondido bajo la superficie de lo
habitual.
La
inusual carrera musical de los dos experimentados multiinstrumentistas conocidos
por el nombre de Ween está marcada por una constante voluntad de llevar los géneros
comunes en la música comercial norteamericana hacia su propio colapso; dicho de
otro modo, en condiciones normales este dúo hubiera generado música pop de la
de las listas de éxitos (de hecho, los muy desvergonzados confiesan la
influencia de Prince, ese hortera), pero ese hipotético devenir musical sanote
e inofensivo se vio truncado por la más evidente de las razones: porque los dos
sujetos aquí estudiados están como un cencerro en el sentido positivo de la
expresión, y lo que había NO LES PARECÍA SUFICIENTE. En consecuencia, se
vieron en la necesidad de enriquecer sus bases de pop de emisora de radio cutre
con las técnicas ahora popularizadas por el programa Cool Edit Pro, en sus
comienzos (1990) inexistente; estamos hablando de cortes, fragmentos acelerados
y ralentizados, retorcimiento de las melodías hasta perder el tono y sobre todo
voces distorsionadas, arte en el que los Ween son doctores cum laude, pues en
todos sus álbumes parecen cantar diecisiete individuos distintos, pero siguen
siendo dos. Redondearon su oferta con una producción baratísima, que daba a
sus primeros discos un toque sórdido inolvidable, como de hamburguesería o
pizzería zarrapastrosa, y con unos textos quintaesencia del dadaísmo en versión
América plastificada. En el escenario se hacían pasar por hermanos integrantes
de un dúo vocal familiar típico de los años cincuenta, y todo así.
Mas,
como se recoge en el primer párrafo, bajo todo este rastropajerismo voluntario
se esconden dos músicos y compositores eximios, y no es ninguna broma; por eso,
cuando después de parodiar los estilos más populares en la cultura sintética
estadounidense (rap, tecno-gospel barato, reggae, rock camionero, country) les
llegó la hora de pasarse por la piedra al rock progresivo, los Ween fabricaron
su álbum más conseguido hasta la fecha. A esas alturas (1997) el absurdo no sólo
no les había dejado, sino que les acompañaba casi tan inseparablemente como al
principio; por lo tanto, “The Mollusk” es un álbum conceptual de tema marítimo,
y la mayoría de las canciones hablan de lanchas, paquebotes, peces, monstruos
de las profundidades abisales, puertos y piratas. ¿Por qué? Puede que ni ellos
mismos lo sepan. Es reveladora también la relación de canciones que se salen
del tema oceánico, que van desde una balada a la guisa de los Backstreet Boys (Alright)
a un corte de título inequívoco (Waving
my dick in the wind, “Balanceando mi polla al viento”) con versos antológicos
como el que dice “si todo va bien estaré en tus brazos esta noche, pero estoy
balanceando mi polla al viento”). Aunque quizá la frase que mejor resuma este
álbum pertenezca a The Golden Eel (“El
lenguado de oro”): “Quién puede explicar estos pensamientos que golpean mi
mente”., cantan los Ween con voz esta vez nasal; en “The Mollusk” también
se les puede oír caracterizados de piratas aguardentosos (The
Blarney Stone) o de imitadores de los Beatles (Polka Dot Tail). Pero sin duda las dos cumbres de “The Mollusk”
se encuentran al principio (Dancing In The
Show Tonight, canción como de los Teletubbies(pero mucho mejor) donde Ween,
ahora con voces de niños de cinco años, interpretan a un adulto crecido y
fornido al que le atenazan los nervios ante la perspectiva de tener que actuar
en un espectáculo infantil) y al final (She
Wanted To Leave; aquí Ween adoptan el registro vocal de Phil Collins,
realmente clavado, para cantar en primera persona sobre un multimillonario
desolado porque tres hombres han abordado su barco (nótese la oportuna
introducción con calzador del tema marítimo) y se han llevado a su novia, a la
que había amado apasionadamente “desde que era una niña”; corrosivo todo a
más no poder).
Aunque las irrupciones de los Ween en la ciencia del ruido postreras a aquel “The Mollusk” de 1997 no han sido todo lo afortunadas que uno esperaría de ellos, su legado es de los que para El Engendro no tienen desperdicio; gentes que en absoluto se toman en serio a ellos mismos, amantes de lo barato y de la falta de medios, fascinados por los disfraces y las identidades múltiples, estos individuos merecen figurar con letras de metal herrumbroso en la historia de los custodios de la herencia del absurdo en la música.
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